Hasta lo malo es bueno

Patricia Lara Salive
19 de agosto de 2016 - 02:28 a. m.

Ver al general Javier Flórez, antiguo jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, uno de los más duros en la lucha contra las Farc, quien fuera clave en las acciones que llevaron a la muerte a los líderes guerrilleros Alfonso Cano, Raúl Reyes y el Mono Jojoy, trabajando en el alistamiento de los lugares donde se pondrá fin al conflicto armado, hombro a hombro con el comandante de las Farc Carlos Antonio Lozada, quien dirigiera la Red Urbana Antonio Nariño y, como tal, realizara montones de operativos de terror, me llevó a preguntarme: ¿sería posible que si fracasara el plebiscito y volviera la guerra, estos dos hombres que han compartido juntos tantas horas de trabajo en La Habana y en Colombia y que se han mirado a los ojos, puedan enfrentarse a muerte de nuevo y disparase en un campo de batalla?

— No lo sé, me dije. En todo caso, ese segundo retrato de la paz (el primero fue el de soldados y guerrilleros desminando juntos un territorio) me llevó a imaginar la tristeza y la frustración que sentiríamos gran parte de los colombianos, incluidos muchos de los partidarios del No en el plebiscito, si perdiera el Sí y, a los pocos días, como consecuencia de esa decisión, renaciera la guerra y volvieran los combates, los entierros frecuentes de soldados y policías cuyos cajones estarían envueltos en la bandera nacional, los atentados, los desaparecidos…

— Cuánto dolor hubiéramos podido evitarnos si hubiéramos votado Sí, empezaríamos a pensar, cuando ya nuestra decisión no tendría reversa, como no la tiene la que tomaron los ingleses, muchos de los cuales ya están arrepentidos de haber escogido salir de la Unión Europea, pero ya no pueden hacer nada para impedirlo.

Sin embargo aquí vamos a decidir algo mucho más importante: si escogemos un futuro de guerra constante o de paz en consolidación.

¿Y paz a cambio de qué? ¿Qué sería lo que estaríamos aprobando? Un montón de cosas buenas, y unas pocas que puedan no gustarnos tanto…

Las buenas: darles tierra, asistencia técnica, financiación e infraestructura a los campesinos que carecen de ellas y que han acudido a la siembra de coca para sobrevivir; crear un censo de tierras incorporadas a un sistema de catastro que incluya a todos los propietarios de modo que todos paguemos impuestos y se desestimule la existencia de esos latifundios improductivos; disminuir el narcotráfico mediante la incorporación de las Farc a la sustitución de cultivos y su renuncia a lucrarse de él y; darles a las víctimas, en lo posible, la información de qué pasó con sus seres queridos, de modo que elaboren el duelo, repararlas e iniciar procesos de reconciliación; ampliar la democracia, crear un estatuto de oposición, hacer una reforma electoral que les permita participar en política a movimientos nuevos y carentes de maquinaria y cambiar la protesta a bala por la protesta social, que puede ser incómoda, pero que es mucho menos dolorosa que la que genera explosiones, combates y muertos.

Y las malas: que a los responsables de crímenes graves se les restrinja la libertad por un período que solo va de cinco a siete años, en vez de que pasen 20 o 30 en prisión. ¿Pero es más cárcel lo que esta sociedad necesita? ¿No son nuestras cárceles fábricas de más y peores delincuentes? ¿No es mejor ver a Lozada trabajando con el general Flórez en la construcción de un país en paz que observarlo retorcerse de odio y morirse de viejo en una cárcel?

Porque incluso lo malo de los acuerdos me parece bueno, voto por el Sí.

www.patricialarasalive.com

 

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