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Interés, carne y hueso

Fernando Araújo Vélez
03 de enero de 2016 - 02:28 a. m.

Compramos, vendemos, y calculamos nuestras acciones hasta en su mínimo interés.

Compramos la mirada que nos hace felices con un chocolate, y una y mil alegrías con unos cuantos tragos. Compramos una unión y una estabilidad con una casa y cientos de cachivaches, y accedemos a ir a una cena aburrida si luego nos prometen una noche de pasión. Cambiamos saludos por más saludos, y nos deshacemos en mentiras para que nos digan las mentiras que queremos. Cambiamos halagos por halagos y trabajo por un dinero. Compramos con plata o con esfuerzo, con un detalle delicado o con un sacrificio. Compramos y compramos desde la mañana hasta la noche. Nos vestimos para comprar aprobación, sonreímos para comprar amabilidad y terminamos lo mejor posible nuestras tareas para comprar aplausos, ascensos o medallas.

Envueltos en máscaras de palo con las que admitimos nuestros errores, compramos perdones y un lugar en el paraíso con una limosna en forma de billete, de regalo, de juguete, de mercado, o bajo el ampuloso nombre de Fundación. Compramos la expiación de nuestras culpas con una confesión, y un pedazo de paz chuleando los mandamientos que cumplimos. Compramos amor, pasión, sexo o amistad, y nos engañamos creyendo que no los compramos, simplemente porque no los pagamos en efectivo. Luego, en reuniones sociales, familiares o de trabajo, compramos la aceptación de los otros con grandilocuentes gestos de indignación cuando alguien, alguno, cuenta que la tal X es una puta porque se acostó con el jefe o porque usa la falda muy corta. Con la misma cara de indignación, le contamos a la tal x lo que dijeron de ella para comprar su lealtad.

Compramos compasión con nuestras dolencias, admiración con nuestras valientes recuperaciones, y respeto con nuestro estoicismo, pero intentamos con la mayor de las prudencias que alguien se entere de nuestras heridas para que luego nos llame héroes. Compramos, vendemos, nos compramos y nos vendemos, calculamos el rendimiento de todos nuestros actos y cobramos. Estamos hechos de interés, carne y hueso. Es nuestra naturaleza, y desde esa naturaleza nos definimos. A fin de cuentas, nuestras compras y lo que damos a cambio son la medida de nuestra dignidad, de nuestra actuación, o la medida de la ingenuidad de quienes nos creen.
 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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