La democracia en la república estadounidense

Luis Carlos Reyes
24 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.

En EE.UU. el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial puede controlarlos el partido que recibió la minoría de los votos. La OEA debería hacer recomendaciones pertinentes.

Hillary Clinton ganó el voto popular por un margen porcentual más de siete veces mayor que el que le dio la victoria a John Kennedy. Sin embargo, a causa del llamado colegio electoral, el presidente será Donald Trump. Bajo este sistema, todos los votos de un estado se le otorgan al ganador del estado, y los votos de algunos cuentan más que los de otros. En ciertos casos esto lleva a que el perdedor del voto popular gane la presidencia, lo cual ya había ocurrido en el 2000 con George W. Bush.

La presidencia no es la única rama del poder que puede quedar en manos del partido minoritario: también ocurre con el legislativo. La repartición de curules en el senado favorece a los estados menos poblados, que son de fuerte tendencia republicana. Sin importar su población, a cada estado le corresponden dos senadores. Así, Wyoming cuenta con un senador por cada 300.000 habitantes, mientras que California tiene uno por cada 20 millones.

De este senado fácilmente controlado por las minorías conservadoras depende el confirmar a los jueces nominados por el presidente a la corte suprema, cabeza del poder judicial. Obama lleva desde febrero tratando de reemplazar al fallecido juez Antonin Scalia, pero el senado se lo ha impedido, esperando una presidencia republicana, con lo cual el futuro de la rama judicial también quedará en manos del partido que perdió el voto popular. Pese a todo, ya que el papel del senado en la constitución es impedir que los estados más grandes les impongan su voluntad a los estados más pequeños, su composición no genera la controversia que podría imaginarse.

Por su lado, la cámara de representantes en principio sí se basa en la representación proporcional de la población de cada estado, pero no logra su cometido. Los distritos electorales en los cuales se dividen los estados son redibujados cada diez años por quienes controlen la legislatura estatal, lo cual permite amañar los resultados. Por ejemplo, si un estado tiene 1.8 millones de votos demócratas y 2.4 millones de votos republicanos, una legislatura republicana puede dividir al estado en seis nuevos distritos, cada uno con 300.000 demócratas y 400.000 republicanos. Así, los republicanos ganan las siguientes elecciones al congreso en todos los distritos, y en vez de mandar tres representantes republicanos y tres demócratas a Washington, el estado envía seis republicanos. Este proceso antidemocrático, conocido como gerrymandering, no es solo una posibilidad teórica. Durante buena parte de su gobierno el presidente Obama tuvo que enfrentarse a una cámara republicana aún cuando la mayoría del electorado votó por representantes demócratas.

Si los resultados de las elecciones recientes representaran el voto popular, Hillary Clinton sería presidente, los republicanos habrían perdido su mayoría en el senado (pero la mantuvieron), y habría 11 republicanos más que demócratas en la cámara, no 46. Esto conllevaría políticas muy distintas hacia los hispanos en EE.UU. y hacia América Latina. Ante un desarrollo tan preocupante, la misión electoral de la Organización de Estados Americanos debería hacer, en su informe final, recomendaciones pertinentes para que el pueblo estadounidense logre un sistema político más democrático y representativo.

Luis Carlos Reyes, Ph.D., Profesor Asistente, Departamento de Economía, Universidad Javeriana

Twitter: @luiscrh
 

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