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La dicha de aprender

Diego Aristizábal
01 de agosto de 2016 - 01:48 a. m.

Desde que leí por primera vez a Isaac Bashevis Singer, he sentido una infinita curiosidad por todo lo que rodea a los judíos.

Me acuerdo que sus “Cuentos judíos” cambiaron la percepción de ese mundo que para mí era tan aburrido como mi propia religión católica. Todavía me río cuando leo el cuento “El día en que me perdí” o “Los tontos de Chelm y la carpa estúpida”, o me conmuevo con “Neftalí, el narrador, y su caballo Sus”.

Ahora, no es que después de leer a Bashevis Singer me haya interesado por el judaísmo como religión y me diera por hacerme la circuncisión, celebrar el Yom Kippur o comer solo productos kosher, no, si mucho me dio por aprender algunas palabras en yidis, como “shlemiel”, persona quejumbrosa y poco hábil, o “mazel tov”, una expresión con que se desea buena suerte, y que me gustó tanto que a veces al final de mis correos la ponía en lugar de la simple palabra “saludos”. La dejé de usar cuando alguien me escribió que dejara de ser pretencioso, que yo no era judío, que cómo se me ocurría. Yo, como un estúpido shlemiel, valga la redundancia, le hice caso, luego me arrepentí porque, después de todo, uno puede beber de aquí y de allá, leer la Biblia, el Corán o el Talmud y no practicar ninguna de religión.

Casualmente, con el tiempo, empecé a ver que los escritores que más me gustaban (que me gustan) eran judíos. Aquí la lista es larga pero digamos que sin Philip y Joseph Roth, Saul Bellow, Stefan Zweig, Elías Canetti y George Steiner no podría vivir. Mi vida se había empezado a llenar de judíos heterodoxos que ilustraban y se burlaban muy bien de la retórica de los judíos ortodoxos, mientras trataban de entender entonces qué eran ellos en este mundo donde se es o no se es.

Sin embargo, yo seguía sin entender qué era lo que me gustaba de los judíos. Hasta que leí hace poco la entrevista que le hizo Laure Adler a George Steiner y que fue publicada bajo el título “Un largo sábado”. Allí hay un capítulo dedicado al judaísmo y las respuestas de este judío incómodo fueron más que iluminadoras para mí.

Steiner dice que ser judío significa pertenecer al pueblo del Libro y querer estudiar, no es una raza, es el deseo de aprender, es seguir siendo un alumno, es alguien que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano porque está convencido de que podrá escribir uno mejor, es rechazar la superstición, lo irracional, más ahora cuando “vivimos en una sociedad en la que lo kitsch, la vulgaridad y la brutalidad no dejan de aumentar”. Apenas leí eso estuve a punto de circuncidarme la colita con un tomo de la Enciclopedia Británica, pero qué va, mejor lo puse sobre mis piernas y lo abrí para celebrar la dicha de aprender los misterios del ser humano. Luego volví sobre una línea de un cuento de Bashevis y me regocijé leyendo: “Cuando pasa un día, ¿qué queda de él? Nada más que una historia. Si no se contaran cuentos ni se escribieran libros, los hombres vivirían como los animales, al día”.
 

desdeelcuarto@gmail.com
@d_aristizabal

 

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