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La guerra de Maduro

Miguel Ángel Bastenier
12 de diciembre de 2015 - 03:56 a. m.

El presidente venezolano Nicolás Maduro tiene una peculiar comprensión de la implacable lógica inherente a la lengua castellana.

En las primeras horas, tras la debacle electoral del chavismo, dijo que respetaba escrupulosamente el resultado de los comicios. El conglomerado, que integra sobre todo por la ilusión del poder, desde la indudable extrema derecha a la posible social democracia, ha obtenido 112 escaños sobre 167 de la Asamblea, lo que, Constitución en mano, le autoriza a convocar incluso una Constituyente que podría hace borrón y cuenta nueva, como si el chavismo solo hubiera sido un avatar de la historia.

Pero en los días siguientes a esa presunta epifanía del 6 de diciembre, el jefe del Estado venezolano se ha dedicado sistemáticamente a desdecirse en la práctica de sus democráticas declaraciones; tanto que sus palabras equivalen a negar todo lo que el pueblo votó el domingo pasado.

Maduro ha declarado que vetaría cualquier ley de amnistía que la MUD (Mesa Unitaria Democrática) quiera aprobar pensando en la liberación de 76 presos políticos –cálculo de la propia MUD– y en particular de Leopoldo López, uno de sus líderes, en la cárcel por una condena de más de 13 años; el gobierno chavista se ha apresurado en anunciar que iba a renovar el Tribunal Supremo, árbitro final de cualquier pugna entre legislativo y ejecutivo, para granjearse una acogida favorable a cualquier diferendo entre poderes; y, en general, no se contempla un futuro, no ya de cohabitación, sino de guerra con muy poco cuartel. ¿Ha habido un cambio de opinión del señor presidente o sus declaraciones iniciales eran solo para la galería, internacional, por más señas.

El presidente venezolano se halla ante un porvenir proceloso. Una buena parte del chavismo lo hace parcial o totalmente responsable de la derrota, y por ello más de uno aspiraría a moverle la silla para enderezar el rumbo de la ‘revolución bolivariana’, y ante ello cabe pensar que Maduro ha tenido que adoptar un perfil decisivo y aún más autoritario, para tratar, al menos, de salvar los muebles.

Se juntarían, según estas previsiones, dos guerras políticas; una externa, entre presidencia y legislatura, y otra, interna, de puertas adentro del chavismo gobernante. Y todo ello en un contexto de gravísima crisis económica. Cerca de un 150% de inflación a fin de año; una caída del PIB de en torno al 7%, según el FMI, escasez de bastimentos de primera necesidad; el mantenimiento, aunque ya más limitado, del petróleo a precios de ocasión para aliados, corifeos y simples oportunistas; y, en visión panorámica, una incompetencia de marca en todos los renglones de la actividad gubernamental.

Se preguntaba uno, a la asunción de Maduro, cuando ya la crisis era un hecho cotidiano ¿cuánta revolución bolivariana cabía en un barril a 40 dólares?, sobre todo si recordamos que el punto culminante de la política exterior subsidiada de Caracas se fajaba con el combustible a más de 100 dólares la ‘barrica’.

Pero pienso que se equivocaría quien creyera que el chavismo es un fenómeno pasajero. Hay muchos votos prestados en la victoria de la oposición, que asistirán con lealtad de geometría variable al combate que se avecina, y si la situación no mejora en un futuro bastante próximo, la MUD será objeto de inevitables críticas, aunque sea el ejecutivo quien siga teniendo la economía por el mango.

Millones de venezolanos han visto de cerca por primera vez en su vida y gratuitamente a un médico, y un tercio o más de la población se ha incorporado al siglo XXI gracias al chavismo; hoy sin Chávez. Y la cantinela de que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’ puede tener gran poder de recurrencia, con tanta crisis y tantos actores susceptibles de que se les cargue con el mochuelo del desastre.

El historiador Eduardo Posada Carbó, recuerda, citando al gran Juan Linz, que este tipo de enfrentamiento tiene un pedigrí histórico-institucional bien conocido: el conflicto, tan presente en la vida política latinoamericana, entre dos legitimidades, presidencialismo y parlamentarismo, un choque entre ejecutivo y legislativo que en Venezuela puede ser de trenes. Por todo ello, en el corto plazo no cabe esperar ni un cambio de gobernación, ni de mejora perceptible de la economía. La victoria de la MUD, aplastante y muy comprensible, está muy lejos de dar paso a una transición como las que conocemos en Europa.

El chavismo no va a renunciar al poder y la calle es el escenario en el que mejor se mueve. Hoy comienza, por tanto, y a la vista de la instalación en enero de la nueva Asamblea Nacional, no sabemos si el principio del fin o el fin del principio.

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