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La lluvia eterna sobre Uribe

Carlos Granés
04 de marzo de 2016 - 02:35 a. m.

En efecto, llueve sobre mojado. Ahora es el hermano del expresidente Uribe, Santiago Uribe, el acusado de haber promovido los crímenes atroces del paramilitarismo.

Los focos habían alumbrado antes a su primo, el senador Mario Uribe, por motivos similares; y antes habían desfilado por los titulares de los periódicos sus colaboradores más cercanos, entre los que se cuentan un secretario de Presidencia y dos ministros, por escándalos que en un país con instituciones más sólidas habrían liquidado la carrera política de cualquiera: comprar votos para perpetuarse en el máximo cargo del Estado y espiar de forma ilegal a periodistas, opositores y miembros de las otras ramas del poder. ¿Ha vivido Uribe en el corazón de una manzana agusanada sin advertir el apetito destructor de las larvas que trabajaban para él? Asumiendo que es posible, no por ello está exento de responsabilidad, y menos aún después de haber promovido un cambio constitucional para reelegirse en el poder, y de haber tratado de retorcer el texto fundamental para perpetuarse en su silla. Como mínimo, Uribe cae en el mismo costal de los populistas bolivarianos, todos alumnos de Alberto Fujimori, que, aprovechando el tirón de su popularidad, intentaron cambiar las reglas de juego a su favor.

En el caso de Uribe, los ciudadanos nunca debieron haberle dado la oportunidad de seguirse equivocando después de haberse equivocado como gobernador de Antioquia. Desde aquel cargo, no debe olvidarse, Uribe defendió con vehemencia las Convivir, uno de los peores errores políticos en una historia preñada de decisiones políticas erradas. Importa saber, desde luego, si Uribe sabía a lo que jugaba. Pero aun asumiendo que no, aun asumiendo que nunca vio el rostro atroz del monstruo que legitimaba con sus decisiones políticas, su responsabilidad política queda intacta. Desde el momento en que estas cooperativas se transformaron en paramilitares, su nombre debió haber desaparecido de la vida pública del país. Y no: ahí sigue, torpedeando el proceso de paz con las Farc y promoviendo una Constituyente, receta mágica que han ofrecido los populistas de toda laya, desde Podemos en España hasta Evo Morales en Bolivia, para refundar naciones y empezar de cero bajo la adánica tutela de un líder redentor.

No se me olvida, desde luego, que en los noventa y primeros años del dos mil Colombia estuvo asediada y aterrorizada por las Farc, ni que fue la vehemente ofensiva liderada por Uribe la que contuvo el terrorismo. Pero tampoco se me olvida que el mismo éxito militar sobre Sendero Luminoso le sirvió a Fujimori para legitimar sus arbitrariedades, entre ellas dos matanzas perpetuadas por grupos paramilitares. La fascinación por los salvadores de la patria, sean de izquierda o de derecha, borra de la memoria los errores. Uribe es actualmente senador y su popularidad no desciende, a pesar de que la corrupción y el crimen han llevado a sus círculos inmediatos a la cárcel. Keiko Fujimori puede ser la próxima presidenta del Perú, a pesar de que lleva la herencia de un hombre acusado de crímenes de lesa humanidad. Las instituciones son entidades abstractas a las que nadie rinde culto, pero son ellas, no los grandes líderes, las que debemos honrar.

 

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