Este Santa Fe de los últimos años es de no creer.
Yo ya pensaba que nunca más iba a saber lo que era ganar un título, después de enamorarme a los 10 años con el de 1975. Pero apareció aquel equipo de Wilson que rompió paradigmas con una base de jóvenes talentos hechos en casa y nos dio una estrella luego de 37 años.
Entonces pensé que, como casi siempre sucede con los equipos que ganan campeonatos esporádicos, los rivales aprenderían a contrarrestar el estilo de juego y tardaríamos mucho tiempo en volver a ver una vuelta olímpica en El Campín. Mas no, el mismo Wilson nos llevó a otra final inmediata al tiempo que competía en fases avanzadas de torneos continentales.
Creí también que el proceso tendría que comenzar de cero cuando vino aquel bache en el que un puñado de contrataciones discretas de jugadores ya en declive o sin alma —ahora parece explicarse todo en que había quienes desde dentro se lucraban por traerlos, comenzando por el supuesto denunciante— provocaron una humillante eliminación y la salida de Wilson. Pero llegó el profe Costas con su medallita besada y sus saltos al borde de la línea y les sacó nuevas potencialidades a estos jugadores, con presión alta y mucho orden, para colocarle otra estrella al escudo.
El pesimismo regresó cuando hace seis meses nos quedamos sin nada después de pelear Copa, Liga y Libertadores. Costas se iba, llegaba Pelusso, y afirmaba que el mejor refuerzo sería dejar el mismo equipo. Hoy todos le damos la razón, pero si con esa nómina nos habíamos quedado con las manos vacías, era previsible que pasara lo mismo. Tanto más cuando dos ejes se fueron tras el dinero del DIM a pocos días de comenzar la competencia. Cuando Ómar Pérez se fue de cirugía. Y Quiñones, de farra.
Pero aquí estamos celebrando la mayoría de edad del Santa Fe con este título impensable hace apenas cuatro o cinco años. Esto ya no es casualidad. En este semestre, Santa Fe demostró muchas cosas que aseguran su futuro. Primero, eso: que puede competir sin la magia de Pérez, así sin duda juegue mejor fútbol con él. Segundo, que quienes vienen creciendo saben donde juegan. Salazar, Almir, Jordi, Mirandhina, Arboleda y demás demostraron que están listos, así les falten partidos de maduración. Tercero, que no se necesitan muchas contrataciones sino buenas, como la del que para mí —y que me perdonen los demás— fue el mejor de todos este semestre: Yeison Gordillo. Y así.
No vuelvo a no creer. Este título pone al Santa Fe en otro nivel. Faltan escalones por subir, claro, una Copa Libertadores, o dos. Pero después de esta Copa Suramericana, cuando alguien salga a jugar contra Santa Fe va a sentir ese mismo miedito que nos ha tocado sentir cuando enfrentamos a los Olimpia, Gremio, Mineiro, Nacional de Uruguay, Vélez, Independiente o Internacional y otros más en estos últimos años.
Sí, porque ya somos grandes; pero grandes de verdad verdad.