La nueva Lerner

Era muy joven cuando el primo y poeta José Luis Díaz Granados (también él lo era) me invitó a ir al edificio de El Tiempo a visitar a Eduardo Mendoza Varela, director de “Lecturas Dominicales”, con la idea de entregarle unos trabajos de su producción.

 Me parece recordar que el prestigioso periodista, y también poeta, no nos paró muchas bolas, pero yo sí sentí mucha emoción con conocerlo. Mientras estábamos allí se presentó un argentino (lo supe por el tono de su voz):

—¡Qué dice el editor Salomón Lerner!— le dijo Mendoza Varela.

Ellos se abrazaron y José Luis y yo nos miramos emocionados al conocer a quien ya era un gran editor en los años 60. Esto lo he recordado ahora a propósito de la inauguración de su hermosa librería en el norte de Bogotá. Qué bien haberse metido él y sus hijos en consolidar esa empresa que comenzó en la avenida Jiménez en los años en que competía con la inolvidable Librería Buchholz, situada a seis cuadras de distancia. Ambos establecimientos están llenos de recuerdos para quienes éramos estudiantes de la época. En esta última estaba el señor Buchholz, con su cabellera blanca, vigilante, sobre todo con los jóvenes, deseosos de adquirir uno que otro libro, lejos de su presupuesto y cerca de sus manos. Pero era imposible porque esos ojos azules miraban para todas partes. La Lerner me quedaba más cerca, al lado de la oficina del centro de El Espectador, en donde trabajaba. En los ratos libres, y de quincena, iba a ver novedades y luego terminábamos en la cafetería del Hotel Continental a tomarnos una bullaveise que preparaba doña Savina.

En momentos en que muchos le dan el adiós al libro, qué bien haberle apostado a un local de las características de la nueva Lerner. Quienes adoramos el tomo y el lomo, quienes queremos poseer, tocar y oler los libros, también estamos convencidos (como dice Juan Esteban Constaín) que el mejor amigo del hombre es el perro, con un volumen del Quijote.