La OTAN no es un club social más

Luis Carlos Reyes
05 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

Las ganas de ser un poquito más de “allá” y menos de “acá” nos llevan a firmar cuanto tratado se nos cruza y a unirnos hasta a los organismos internacionales más inútiles. Pero la OTAN no es un club cualquiera.

¿No hemos aprendido que la acción en ciertos clubes termina costando más que los beneficios que nos trae? Sin razones de peso decidimos aceptar la jurisdicción obligatoria de la Corte Internacional de Justicia, si bien la rechazan cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, y para lo que nos sirvió fue para que quedara en entredicho la posesión de nuestras aguas territoriales.

En lo serio y en lo bobo nos deslumbra cualquier club internacional: el año antepasado nos derretimos de dicha cuando la Unesco clasificó el vallenato como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, incorporándolo a una larga lista que incluye hasta “la cultura cervecera belga”. Y en vez de preguntarnos cuántos cientos de miles de euros al año gana algún burócrata multilateral por hacer con nuestro dinero listas que Buzzfeed haría gratis, nos sentimos felices de que nos confirmen que gozarse un vallenato es tan regio como tomarse una cerveza con mejillones en Bruselas.

Ojalá buscar mayor cercanía con la OTAN fuera simplemente otra bobada, pero no lo es. Querer acercarse a esta alianza militar, creada por EE. UU. y Europa Occidental para frenar la amenaza soviética, tiene riesgos serios que no justifican la mayor cooperación militar que nos ofrecería. Son estas consideraciones las que hay que tener en cuenta, y no lo que pueda decir o dejar de decir el cada vez más absurdo e inestable gobierno de Venezuela.

Ningún país de América Latina tiene acuerdo con este bando de la Guerra Fría que, junto con los países del Pacto de Varsovia, fue responsable por la amenaza de destrucción nuclear que pendió sobre el planeta durante la segunda mitad del siglo XX. Por el contrario, como países no alineados, hemos intentado estar al margen de alianzas militares destructivas y hemos buscado el desarme y la paz.

La expansión innecesaria de la OTAN por Europa Oriental tras la caída de la URSS ha sido vista por Vladimir Putin y los rusos como una amenaza contra su seguridad nacional. Ha sido, por lo tanto, una de las causas del resurgimiento de su rivalidad con EE.UU. y Europa, que nos tiene ad portas de una nueva carrera armamentista nuclear. La OTAN es además un bloque enemigo identificable para grupos como el Estado Islámico, cuyos ataques ya son una nueva cotidianeidad en Europa. Así sea de lejitos, ¿para qué acercarnos a una alianza militar metida en tantos problemas que no son nuestros?

Fue en protesta contra un mundo dividido entre la OTAN y el Pacto de Varsovia que García Márquez condenó, recibiendo el Nobel, a los extranjeros que querían forzarnos a seguir los dictámenes de una alianza u otra “como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo”. Sería una sinrazón que terminara enredándonos con la OTAN el mismo gobierno que firmó la paz con las Farc, el último grupo armado del mundo en dejar de luchar en caliente la Guerra Fría. No nos pongamos en esas justo ahora que se ha vuelto posible una segunda guerra fría, al igual que nuevas guerras entre civilizaciones.

*Ph.D., profesor asistente Departamento de Economía, Universidad Javeriana. @luiscrh

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