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La primera oportunidad de la historia

Arturo Guerrero
05 de febrero de 2016 - 03:40 a. m.

El país es foco en estrados internacionales. Tanto, que parece haber más aclamación para la paz afuera, que en los círculos nacionales donde se discuten sus pormenores.

Colombia es puesta como ejemplo de resolución del torpedeo centenario. Otros pueblos, en Asia, África, mantienen guerras fanáticas en las que la religión atiza el dedo índice de los fusileros.

Estuvimos a punto de ser Estado fallido, paria de la democracia, pero el cansancio derrotó las matanzas.
Incluso la economía, en medio de la feroz desigualdad entre clases sociales, parece resistir los turbiones del petróleo, China, cambio del clima. Los burócratas de aquí han sabido apretar el cinturón de la gente sin llegar al orificio del estrangulamiento.

Quedan, eso sí, horrores como el robo silencioso de megaproyectos, cuya olla de grillos se abre cuando los buitres se han ido. Cómo será de fuerte este país, que resiste las plagas de Egipto y se levanta cada mañana con un gajo de esperanza.

Eso es lo que observan los plutócratas de la Casa Blanca, los tanques de pensamiento, las juntas directivas de las corporaciones, los editorialistas de los medios orbitales.

Adentro, el país se retuerce en diatribas que una vez acusan a un sector, otra a otro, y siempre a todos. El costal de anzuelos de la gresca entre colombianos siempre halla motivos de segregación.

En los últimos tiempos se han alzado extrañas voces que llaman a serenarse, desechar la consigna vieja, el argumento de manual.

Pasa uno por los muros en que antes se escupía en blanco y negro, y se deslumbra ante los coloridos y formas de los grafiteros artistas. Sus enormes lienzos de concreto surgen de arrebatarle al trópico una fuerza, una manera nueva de decir el alma.

Dese usted una vuelta por las antiguas arboledas de la Ciudad Universitaria en Bogotá. Uno que otro anuncio conserva la rabia de épocas de bárbaras naciones. Pero comienzan a aparecer dibujos con ímpetu de sol. El contraste con tiempos no lejanos golpea la capacidad de asimilación de los circunstantes.

¿Habrá en este clamor artístico un llamado a otras estéticas? ¿De qué grupo de estudio o combo de pintores está saliendo semejante subversión? Lo cierto es que los tachones inciviles no se han atrevido contra este arte. Habrán visto una elevación, una vocación de posguerra en estos espléndidos despliegues.

De seguir así una ciudad, varias ciudades, el país, el 23 de marzo los corresponsales internacionales no eludirán esta manifestación quizás espontánea de que Colombia entra a un modo alternativo de la vida y la belleza.

La audiencia internacional está servida. La nación escaldada de muertos que flotan en los ríos puede llegar a ser una sorpresa. Existe una manada de jóvenes agudos, hasta ahora escondidos en covachas donde no llegó la muerte, que dará pasos inimaginables en todos los campos.

Los carroñeros que aún quedan se irán desvalorizando por olvido, lástima, sustracción de materia. Otras manos escribirán el modo como durante décadas se conservaron al acecho de la primera oportunidad ofrecida por la historia.

arturoguerreror@gmail.com
 

 

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