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La soberanía alimentaria: motor de desarrollo

Julián López de Mesa Samudio
30 de junio de 2016 - 02:00 a. m.

En algunos antejardines colombianos aún se ven, de vez en cuando, las espectaculares flores de la maravilla (tigridia pavonia) o flor de un día, como también se les conoce.

Tan sólo tres generaciones atrás los no menos maravillosos bulbos de esta iridácea nativa de las regiones montañosas de América, hacían parte de una rica y variada dieta andina que podía incluir más de 30 variedades diferentes de papa y no menos tipos de maíz entre otros muy diversos productos.

Nuestras opciones alimentarias se han ido reduciendo en los últimos 50 años y de manera acelerada en los últimos diez, cuando se apostó deliberadamente por el modelo agroindustrial que privilegia las altas productividades y la eficiencia de unos pocos productos en detrimento de otros —como la maravilla— que en apariencia no son tan rentables. Debido a intereses económicos camuflados bajo la sombrilla de la seguridad alimentaria prometida por el modelo agroindustrial, se ha puesto en riesgo el acceso a los alimentos al depender éste de vicisitudes externas a las comunidades que los necesitan (la tragedia alimentaria en La Guajira es un ejemplo elocuente). Lo que es quizá más grave de la implementación del modelo agroindustrial actual es que se pone en riesgo la diversidad genética del país con las catastróficas consecuencias medioambientales y sociales que esto acarrearía a mediano y largo plazo.

El modelo de producción agrícola industrializado se limita a hacer balances simples de ganancias en términos meramente económicos, dejando sin cuantificar —y por tanto de considerar como válidas— las enormes ganancias en materia medioambiental, biológica, de reconciliación social, cultural y educativa que aportaría un modelo basado en la soberanía alimentaria (por no mencionar el alto valor simbólico que tiene la dignificación de la identidad nacional rural como piedra angular de una Colombia en paz). Mientras que la seguridad alimentaria es la posibilidad de tener las mínimas condiciones nutricionales diarias para vivir dignamente, la soberanía alimentaria trasciende este rasero: es la posibilidad de decidir autónomamente qué, cuándo y cómo comer; implica tener la propiedad de una despensa alimenticia (entre más variada mejor) y que dicha despensa sea manejada autónomamente y con independencia por la sociedad a la que le pertenece.

De hecho, la soberanía alimentaria no sólo garantiza la seguridad alimentaria, sino que también propicia condiciones para un desarrollo sostenible para el pequeño, mediano y gran productor; ulteriormente crea las condiciones para la independencia económica de los productores, minando la posición leonina de las compañías de biotecnología cobijadas por los TLC hechos a su medida, y la dependencia de los precios de los cada vez más limitados, monopolísticos y dispares mercados agrícolas internacionales. La soberanía alimentaria va más allá de un discurso romántico y costoso pues, fomentando la diversidad e independencia, crea mercados nuevos y oportunidades de negocio al diversificar y ampliar nuestra oferta de bienes y servicios.

Está bien que se enfatice en la seguridad alimentaria dentro de los discursos del posconflicto. ¿Pero por qué no aprovechar esta oportunidad histórica para ir más allá? Quizás ha llegado el momento de volver a sembrar maravillas. Quizás ha llegado el momento de hablar y de debatir acerca de la soberanía alimentaria como el modelo económico idóneo para construir la Nación más justa, equitativa y próspera que queremos los colombianos.

@Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com

 

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