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La última oportunidad

Ernesto Guhl Nannetti
17 de noviembre de 2015 - 04:40 p. m.

A pesar de lo que dicen los escépticos y los negacionistas, ya no existe duda de que el Cambio Climático llegó para quedarse ni de que por sus efectos conforma la amenaza más grave de la especie humana en su historia.

Para simplificar un fenómeno tan incierto y complejo, puede decirse que los científicos han concluido que el aumento máximo de temperatura que se puede tolerar sin producir una alteración irreversible e incontrolable del clima planetario, es de 2 grados C sobre la temperatura promedio de la época preindustrial, es decir antes de que se entrara en el ciclo de “progreso” basado en el carbono.

Sin embargo las emisiones de Gases de Efecto Invernadero, GEI han aumentado continuamente y se ha estimado que si su tasa no se reduce drásticamente, el plazo máximo antes de sobrepasar el fatídico umbral de los 2 grados es apenas de unos 20 años. Así pues, nos queda muy poco tiempo para dar el viraje y evitar los terribles e insospechados efectos del cambio climático para la vida y el bienestar. La fortaleza económica y política de las empresas de hidrocarburos y del carbón, ancladas en el pasado y opuestas a cualquier afectación de sus intereses particulares, ha logrado que no se haya podido reducir efectivamente el acelerado crecimiento de las emisiones de GEI, causa principal del aumento de la temperatura del planeta y de sus catastróficos efectos.

Entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre tendrá lugar en Paris una nueva cita de la Conferencia de las partes del Convenio de Cambio Climático, conocida como COP 21. Los resultados obtenidos en las 20 reuniones anteriores han sido muy pobres. Los gobiernos han ignorado las reiteradas advertencias de los científicos y las voces alarmadas ante los desastres originados en el aumento de la temperatura planetaria. A la luz de estos hechos puede afirmarse que el Protocolo de Kyoto, un acuerdo multilateral firmado en 1997 para controlar el cambio climático global y que para 2005 habían ratificado cerca de 190 países, fue un fracaso global.

Por lo tanto, el mundo entero está pendiente de la COP21, que se considera como la última oportunidad para lograr un acuerdo global concertado y vinculante que controle esta amenaza. En ésta ocasión el optimista lema de la conferencia es “Por un acuerdo universal sobre el clima”. Ojalá esta vez sí sea posible.

 

 

¿Qué se ha hecho?

En vista del fracaso del Protocolo de Kyoto, se consideró más razonable que cada país preparara autónomamente sus metas y planes para luchar contra el Cambio Climático. Estos planes se conocen como las “Contribuciones Nacionales”.

La fecha límite para presentar estas contribuciones era el 1 de octubre y a partir de ellas los organizadores de la COP 21 deberían consolidarlas a nivel global. Pasada esta fecha, hay buenas y malas noticias.

A pesar de que varios países no presentaron sus contribuciones, la consolidación de los esfuerzos nacionales presentados sugiere la posibilidad de un quiebre de la actual tendencia de aumento de la temperatura, que si continúa como va, conduciría a un aumento de 3.8 grados C, casi el doble del límite de los 2 grados. El posible cambio de tendencia lo reduce a 2.7 grados, que si bien también ésta por encima del límite, abre un umbral de esperanza si los esfuerzos nacionales se hacen mayores que los ofrecidos en las contribuciones, que se formularon de forma tímida y poco decidida.

Con la excepción de la Unión Europea, que se comprometió a llegar a una reducción del 40 % en las emisiones de GEI para 2030 mediante una decidida e innovadora transición energética hacía fuentes limpias de energía, y es la región que ha tomado la más clara y firme decisión política de enfrentar el cambio climático, los demás grandes países industriales buscan esta reducción sin realizar modificaciones de fondo a sus patrones de consumo y ni sus fuentes de energía, pues se basan en reducir la gran ineficiencia de sus sistemas energéticos mediante ajustes y desarrollos tecnológicos, que si bien son necesarios no son suficientes para los fines buscados.

El mensaje puede entenderse que haciendo mayores esfuerzos para reducir las emisiones de GEI, aún sería posible no sobrepasar el límite de los 2 grados. En el caso de los Estados Unidos esta posibilidad ha cobrado recientemente impulso con el acuerdo que firmaron los 81 mayores empresas de ese país con el presidente Obama, para buscar fuentes de energía renovables como alternativas al petróleo y disminuir el consumo de agua. De igual manera en la China se insinúa la transición hacia una “Civilización Ecológica”, como consecuencia de los graves problemas ambientales resultantes de su agresivo modelo de desarrollo basado en el carbono. Si esta tendencia se ampliara hacía los demás países, se abriría una posibilidad concreta de controlar el cambio climático, a partir de una modificación paulatina pero rápida de la composición de la canasta energética mundial, aumentando las fuentes limpias, en lo que se denomina la “transición energética”.

La otra buena noticia es que las sucias y contaminantes empresas del carbono, petroleras y carboneras, están en crisis financiera como el caso de Petróleos Mexicanos, Pedevesa, Petrobras, British Petroleum y Ecopetrol. Además están siendo “castigadas” por el público inversionista que las considera dañinas e insostenibles, lo que ha originado un proceso de desinversión en esa industria que representa alrededor de US$ 2300 millones a nivel mundial. Los fondos de pensiones, las universidades y las grandes ONGs, están vendiendo, aún a pérdida, sus acciones en estas empresas. Hay una reacción pública frente a los efectos de una economía basada en el carbono, anunciando el fin de la era del carbón, que sirvió de base a la revolución industrial.

En síntesis, los esfuerzos que plantean los países en sus contribuciones son insuficientes para mantener el clima planetario dentro del rango aceptable, acercándonos peligrosamente al límite de los 2 grados. Pero si la COP reconoce la gravedad de la situación, como parece indicarlo la posición de los Estados Unidos y la China, aún hay esperanza de que se logre un acuerdo salvador en ésta, que parece ser la última oportunidad que tenemos de generar un acuerdo global. Lo anterior muestra la alta incertidumbre en que se plantea la conferencia. Ojalá los gobiernos sean conscientes de la gran responsabilidad con que deben afrontar las decisiones de la Cumbre.

El caso colombiano. ¿Qué podemos hacer?

Colombia, siguiendo su larga tradición de buen y obediente miembro de la comunidad internacional, presentó oportunamente su “Contribución Nacional”. Esta se sintetiza en un documento interesante y didáctico titulado “El ABC de los compromisos de Colombia para la COP21”, elaborado por el Ministerio de Ambiente, la Fundación Natura y la WWF.

El documento presenta las metas a las que se compromete Colombia para 2030, dentro de las cuales se destaca la reducción del 20% en las GEI con sus propios recursos y del 30% si se consigue una dudosa cooperación financiera internacional. Así mismo identifica los sectores en que hay que trabajar para lograr esta reducción, buscando “descarbonizar” toda la economía nacional.

Sin embargo, el documento es general y su realización se condiciona a la del Plan de Desarrollo, cuyo cumplimiento ha dejado mucho que desear tradicionalmente. La propuesta enfatiza más el “qué”, que el “cómo”. Además el escenario en que se basa parece ir en contravía de las políticas y decisiones del gobierno en materia energética, que siguen centradas en impulsar el petróleo y el carbón. Es en pocas palabras una propuesta inocua, pero muy adecuada para la asepsia y la generalidad que imperan en los muy protocolarios pero poco efectivos espacios de la comunidad internacional.

A diferencia de los países de la UE, que están realizando una “transición energética” acelerada migrando hacia la energía eólica y otras fuentes limpias, el gobierno busca subsidiar las plantas térmicas y muestra como un gran logro el aumento de la capacidad de refinación nacional de petróleo y el impulso a la recuperación secundaria en los campos petroleros existentes. Es decir que sigue impulsando una economía con base en el carbono, que deja sin piso el planteamiento fundamental de la contribución nacional. Esta concepción se basa en el altísimo grado de dependencia que tienen los ingresos del gobierno de los hidrocarburos y carbón. Si se mira un poco más allá de los cuatro años, lo que puede avizorarse es que el carbono como fuente de energía a nivel global tiende a disminuir rápidamente por sus efectos sobre el clima planetario. El carbono perdió su “sex appeal” y Colombia debería reemplazarlo.

La posición nacional bien podría incluir propuestas y estrategias concretas que apoyen la “transición energética”, por ejemplo, aprovechar nuestro alto potencial de energía solar. Por qué no utilizar grandes extensiones en diversas partes del país, como en los Llanos, como parques solares e integrarlas a la red de interconexión eléctrica? Por qué no promover los calentadores solares domésticos? Por qué no establecer normas de ahorro de energía y agua en todas las nuevas construcciones? Por qué no gravar con altos aranceles los vehículos de alto consumo de combustible? Por qué no promover los sistemas de transporte masivo e individual más efectivamente? Por qué no enfrentar definitivamente el problema de la deforestación?

El gobierno debe entender que la matriz energética debe mirar al siglo XXI, desarrollando nuevas fuentes limpias de energía y no al siglo XX, el de la contaminación de la atmósfera y el deterioro de los ecosistemas, debidos al petróleo y al carbón. Colombia tiene que liberarse de su dependencia y su adicción al carbono.

 

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