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La Y

Melba Escobar
31 de diciembre de 2015 - 04:09 a. m.

En mi cabeza tenía el recuerdo vaporoso de haber estado en la Hacienda Nápoles hace unos 30 años. Recordaba a una jirafa asomándose por la ventana del Jeep Nissan verde manzana Modelo 1976 que tenía mi papá por entonces.

Ya no sé si el recuerdo es inventado, pero el caso es que es plausible y con esa mezcla de nostalgia y curiosidad por ver el paso de tres décadas en el parque que alguna vez hizo Pablo Escobar, salimos de Bogotá por la 80, tomamos la autopista Medellín y en Guaduas conectamos con la asombrosa Ruta del Sol que nos trajo a la entrada de la Hacienda Nápoles a una hora larga de haber salido de la tierra de la Pola.

En frente de la entrada del ahora llamado Parque Temático Hacienda Nápoles, hay un hotel donde nos alojamos con la familia. Como este hay otros cuatro que trabajan en convenio con el parque, sin una sola habitación libre.

Como parte del recorrido turístico, estuvimos en la aldea Doradal, una imitación de un pueblecito mediterráneo que mandó construir también Escobar en los años 80. Aunque tiene unas calles mejor tenidas que otras, encontrar la recreación de un poblado griego en la mitad de la ruta entre Puerto Triunfo y San Luis tiene un efecto casi alucinatorio. Tomarse un café en la placita del sector, entre los arcos, las ánforas de agua, las flores moradas, los balconcitos blancos, o perderse en el Callejón del Beso para encontrarse un gato gris andando sobre un tejado, es casi surreal.

Sin embargo, al recordar el origen de una idea tan fuera de lo común, al pensar en los años de violencia descarnada que dejó el Cartel de Medellín, en los asesinatos, desapariciones, los daños irreparables sobre la moral de los colombianos, la política, la libertad de expresión, la aldea parece mancharse con una oscura sombra.

Algo similar ocurre cuando vamos a la Hacienda Nápoles. Tal vez por una de esas trampas del destino que llevan a la justicia poética a imponerse sobre todas las cosas, a la entrada del parque hay una Y. A la izquierda está la vía que lleva al centro penitenciario El Pesebre, a la derecha va uno al Parque Temático, donde tuviera su casa de recreo el mayor narcotraficante del mundo. Esa bifurcación en el territorio me recuerda la sentencia que solía pronunciar Escobar, según la cual prefería una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos. Pues bien, hoy día tiene una cárcel prácticamente dentro de la que fuera su casa y una tumba en el mismo departamento.

Después de un recorrido como de safari por la sabana africana con sus animales al aire libre, de conocer las cataratas y senderos, hay que decir que las familias jóvenes que asisten masivamente con sus hijos, apenas si registran el origen de este invento. La colección de carros del Capo ha sido chatarrizada, su casa se vino abajo. Como recuerdo de Escobar solo queda la avioneta en lo alto del portal de la entrada y la laguna con un letrero que dice: “Señor visitante, el hipopótamo es el mamífero más peligroso del mundo. El lago es su territorio. No lo invada”.

Al salir pasamos nuevamente por la Y, y yo me pregunto cuál será el significado oculto de ese cruce de caminos. La respuesta se las quedo debiendo.

 

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