Las elecciones peruanas

El 28 de marzo de 1990 Mario Vargas Llosa cumplía 54 años y se sentía el próximo presidente del Perú.

Con una torta gigantesca, sus miles de seguidores y su entonces esposa Patricia se congregaron en Iquitos para felicitarlo y expresarle además la complacencia porque fuera a dirigir los destinos de su patria. Al día siguiente su hijo Álvaro lo llamó agitado y sorprendido para comentarle que la última encuesta que acababa de conocer mostraba a un candidato desconocido, Alberto Fujimori, despegando de manera vertiginosa en los últimos días, desplazando las intenciones del voto al Apra y a la izquierda, y las indicaciones eran que su popularidad crecía “como la espuma, minuto a minuto”.

Las elecciones así lo demostraron diez días después. Según el mismo Vargas Llosa, “la aparición de Fujimori en el último momento era un regalo de los dioses para el Apra y la izquierda y era obvio que ambos se entregarían en cuerpo y alma a trabajar por lo victoria, sin ponerse a pensar un minuto en lo riesgoso que era llevar al poder a alguien tan mal equipado para ejercerlo”.

Con un 29 % de Vargas Llosa en la primera vuelta, llevándole solo cinco puntos a Fujimori, el escritor estaba derrotado. El “chino” —como le decían al japonés— iba a hacer la fiesta del Chivo. Y la hizo.

El ex-escritor volvió a ser escritor, oficio del que jamás debió apartarse. Sin embargo, su odio hacia Fujimori, y de pronto su nueva vida, lo llevaron a publicar su más reciente novela, Cinco esquinas, que no parece ser de un premio Nobel. Hecha a las carreras, parece inconclusa, con un argumento baladí, en donde lo que pretende es recordar los malos años del gobierno del dictador, cuya hija, Keiko, se disputa la Presidencia con Pedro Pablo Kuczynski. En las elecciones pasadas, cuando ella misma se enfrentó a Ollanta Humala y perdió, Vargas Llosa comentó que esa era una elección entre el sida y el cáncer. Hoy, la tan anunciada victoria de Keiko, ¿será cuento chino? O, ¿el regreso a los tiempos del cólera?