Publicidad

Libertad desdichada

Luis Fernando Medina
05 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

Después de mucho pensarlo, creo haber entendido mi problema con Vargas Llosa como ensayista.

Es un magnífico escritor, nadie lo duda. Pero no me lo aguanto cuando habla sobre la libertad y ahora creo saber por qué. El problema de los libertarios estilo Vargas Llosa es que nunca han sabido presentar una visión de libertad que enamore. Leyéndolos a uno no le dan ganas de ser libre. Incluso, algunos a veces hacen que uno le tenga miedo a esa tal libertad.

Vargas Llosa pertenece a esa tradición de libertarios a la que pertenecen también economistas como Hayek, von Mises, James Buchanan, eso para solo hablar de los ilustres fallecidos. Si algo los distingue es una hostilidad a cualquier intervención del Estado ya que allí se incuba, creen ellos, la tiranía, la servidumbre. Es un mundo un poco oscuro, con perdón: el individuo siempre está acosado por el espectro de imposiciones externas y solo puede refugiarse, solo puede ser libre en el mercado. Solo en el mercado, y en las organizaciones voluntarias, creadas (y destruidas) por el mercado, pueden los seres humanos actuar con autonomía. Lo demás es opresión. Claro, por eso les encanta señalar a sus adversarios como enemigos de la libertad. Según ellos, quienes creemos en altos niveles de tributación y redistribución, en el control político y democrático sobre muchos aspectos de la economía y cosas de ese estilo, somos así porque no valoramos la libertad.

Creo que la causa del desacuerdo es otra. No es que no valoremos la libertad. Es que la vemos como valiosa por otras razones distintas. A mí no me parece que los individuos seamos tan preciosos, tan sublimes, tan nobles que solo un monstruo moral puede pensar en limitarnos. Al contrario, creo, junto con Aristóteles, que los individuos somos perfectibles, que tenemos que buscar la verdadera excelencia y que dicha excelencia solo se puede encontrar en la vida en sociedad (en la polis diría Aristóteles). Dejados a nuestros propios recursos somos mezquinos, perezosos, ensimismados, irresponsables, en fin. Es gracias a nuestra pertenencia a una comunidad grande que podemos aspirar a la verdadera excelencia, al despliegue de todas nuestras potencialidades. Necesitamos las libertades precisamente para podernos relacionar con esa comunidad en términos que nos permitan mejorar.

Nótese que en este argumento poco importa que las comunidades a las que pertenecemos sean totalmente voluntarias. Para los libertarios solo aquellas comunidades que yo escojo libremente son compatibles con mi autonomía. En cambio en esta visión aristotélica eso es secundario porque mi libertad no consiste simplemente en entrar o salir de una organización sino también en la capacidad de asociarme con otros miembros de ella para cambiarla. Es más, dicha capacidad, lo que en buen romance llamamos política, es la máxima expresión de la libertad. Al fin y al cabo, toda comunidad humana es imperfecta y, por tanto, nuestra pertenencia a cualquier grupo no es ni puramente voluntaria ni puramente impuesta. Antes bien, pertenecemos a comunidades que nos gustan pero sobre las que refunfuñamos todo el tiempo. Thomas Jefferson lo dijo mejor que yo: “el disenso es la forma más elevada de patriotismo.” Por eso en la Grecia antigua se esperaba que todo ciudadano participara en los asuntos del Estado: el buen ciudadano debía saber gobernar y ser gobernado al mismo tiempo.

Aunque libertarios como Vargas Llosa son una minoría, su influencia en el lenguaje que usamos para pensar en la libertad ha sido tal que ya es un axioma en el debate político moderno el que el mercado es el garante de las libertades y el proceso político, si acaso, es el que vela por algún principio de equidad. Obviamente, en la práctica los Estados han sido enormes aparatos de opresión. Pero también lo han sido los mercados. La pregunta no debería ser, entonces, si debemos privilegiar el mercado o el Estado (o la libertad sobre la equidad), sino más bien cómo construir tanto mercados como Estados que sean conducentes a la verdadera excelencia humana.

Obviamente, no voy a abordar esa pregunta en las pocas líneas que me quedan. Pero no es difícil advertir que ese tipo de mercados y de Estados deberían distinguirse por cierta igualdad material (no necesariamente perfecta), un robusto sistema de libertades públicas, mecanismos de participación política abiertos a todos los ciudadanos, procesos de toma de decisión que lo más descentralizados posibles para acercar el Estado a la gente, una vigorosa red de organizaciones de la sociedad civil y un largo etcétera.

Pero, más allá de los detalles específicos, lo que importa en este momento es que logremos superar la falsa dicotomía entre libertad e intervención que ha planteado el discurso libertario de derecha. La libertad no es solamente para competir con los demás, para ganar más dinero y para tenerle miedo al gobierno. Si así fuera, no tendría mayor valor. La libertad es también para podernos encontrar todos en el ágora pública donde nos ayudamos mutuamente en la búsqueda de la verdadera excelencia.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar