Meditación: arte y oficio

Ignacio Zuleta Ll.
31 de octubre de 2016 - 08:56 p. m.

El yoga y la meditación, que son uno y lo mismo, le han hecho un gran bien a occidente aunque occidente no le haya hecho tanto bien al yoga.

Cuando las antiguas técnicas debidamente ensayadas y destiladas por la experiencia milenaria pasan por el filtro de la sociedad de consumo, muchas veces pierden su esencia y se vuelven una moda superficial y vendedora. Eso ha sucedido con la meditación. Las que una vez fueron “artes y oficios” que requerían disciplina y constancia, se venden hoy como hipnosis empacadas y complacientes que lo único que le piden a quien se deja guiar por ellas es que escuche la melindrosa voz del instructor o la instructora pidiendo que el alumno lo acompañe en un viaje por el reino de las hadas. La música de fondo, insubstancial y monótona, los sonidos de falsos mares y pájaros fantásticos y los temas de ángeles de postal y de autoayuda quizás relajen al “meditador”, pero no le enseñarán a navegar por entre los complejos vericuetos de la psiquis —la antesala del alma— y a observar sus propios patrones de pensamiento, que en nosotros hipócritas humanos de este plano no son naturalmente celestiales.

Una verdadera meditación, inclusive la más sencilla, requiere de parte del meditador una serie de esfuerzos que no todos los consumidores están listos a realizar. Se necesitan idealmente un cuerpo con una mínima salud, estable y sosegado, una técnica comprobada que sirva de brújula y, sobre todo, persistencia en la misma práctica escogida pues solamente la perseverancia, como la gota de agua, abre camino en la piedra y establece conexiones neuronales que nos permiten explorar el universo interior. Sin duda uno puede ensayar distintos tipos de propuestas meditativas hasta encontrar la que le resulte más afín. Pero revolotear alrededor de las innumerables “meditaciones” ofrecidas por YouTube y los gurús en boga es como abrir cien pozos de un metro de fondo para tratar de encontrar un manantial que se encuentra horadando un solo pozo a cien metros de profundidad, o según el nivel freático del alma.

Podrá alegarse que esos viajes entre oníricos y televisivos no hacen ningún daño; pero no suelen conducir por el camino ideal de lograr el foco ininterrumpido de la mente. En este aspecto es mejor ser conservador y buscar prácticas meditativas o sugerencias de oración de linajes antiguos y maestros reconocidos. Porque después de domesticar al cuerpo inquieto con artilugios que le permitan salud integral —sin mayores espinas y suplicios— y una cierta estabilidad y quietud, hay que establecerse primero en la etapa inicial que en el yoga tradicional se llama pratyahara y en los clásicos occidentales llamamos recogimiento, que daría luego paso al arrobamiento amoroso de los santos místicos. Pratyahara consiste en procurar unas ondas cerebrales sosegadas que desconecten a la mente de los sentidos exteriores y del exasperante ruido interno de los pensamientos incesantes. Luego, al cabo de los meses y los años, podremos seguir en ese calmo y persistente combate que llamamos sadhana —la disciplina espiritual del foco o la plegaria— para enfocar la mente hasta lograr estadios de recogimiento productivo. Las etapas sutiles de la meditación y la contemplación no se alcanzan sin cierto sacrificio y mucho menos sin los dones llamados universalmente de la Gracia. Lo demás son solo entretenciones de la mente, que tendrían su utilidad si abren sendero y cuando no fuesen meras baratijas comerciales. Cierra los ojos con los ojos bien abiertos, como Bob Dylan a quien no lo compran ni los sabios del Nobel de Noruega.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar