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Mujeres, mercado y peces

Weildler Guerra
04 de marzo de 2016 - 08:14 p. m.

Llega marzo y con este mes la celebración del día de la mujer que conmemora la lucha por su participación, en pie de igualdad en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona.

En el heterogéneo universo femenino del Caribe pienso en las más humildes de todas: las vendedoras de pescado. Esas marchantas que ocupan por años un puesto en el mercado y a veces solo un lugar en la calle bajo un árbol en donde escasamente caben ellas y sus impávidos y coloridos pescados. Las transacciones entre estas mujeres y sus clientes están mediadas por distintos grados de confianza y por una estética singular.

En muchas comunidades de pescadores cercanas a los centros urbanos de La Guajira las mujeres desempeñan un papel muy activo en la comercialización del producto pesquero. Mientras que los hombres evisceran el pescado, sus mujeres lo descaman y lo preparan para la venta en los mercados locales y organizan los peces plateros o pequeños en “ensartas” organizadas en especies y colores. La ensarta suele constar de un número variable de peces unidos a través de una cuerda. La de la mojarra suele tener entre cuatro y cinco pescados, la del pez llamado “bocacolorá” consta de siete pescados, y una de las ensartas que más pescados tiene es la del ronco conformada por 15 unidades. Hay ensartas blancas, amarillas, azules y rojas que corresponden a mojarras blancas, mojarras amarillas, peces loros y pargos rojos. Son armónicos collares de peces que nos muestran cómo la estética es también un principio rector en las extensas transacciones humanas.

La vida de los pescadores y sus mujeres en muchas partes del mundo está regida por la incertidumbre. La pesca implica permanecer largas horas en las embarcaciones en un ambiente típicamente masculino y lejos de casa, separados de sus familias. Frente a sus costas aparecen sin aviso flotas enteras de barcos pesqueros industriales que arrasan las redes y nasas de los pescadores artesanales. A ello hay que sumarle la inestabilidad del mercado por lo que una buena captura no siempre trae los beneficios económicos esperados. El mundo de la pesca corresponde a sus maridos y a ellas el del mercado. Con las utilidades del primero se compran los insumos para las faenas, la reparación del motor y las artes de pesca. Con las utilidades obtenidas por la mujer se adquieren los productos de consumo diario en el hogar.

Los mercados son espacios vitales dinámicos de contacto intercultural, que no están exentos de fricciones interétnicas. Estas situaciones nos permiten verificar el encuentro de diferentes percepciones del mundo entre mujeres de diferentes culturas. Una elegante ama de casa criolla manifestaba su indignación por el alto precio del pescado tratando de deshonesta a una vendedora indígena. Esta le preguntó sin inmutarse con quién había dormido la noche anterior. A lo cual, más ofendida aún, contestó la compradora: “¡Con mi legítimo esposo!”. Y luego la vendedora wayúu le dijo sin inmutarse: “En cambio yo estuve sola porque mi marido estaba pescando. ¿Quién me paga entonces la soledad y el frío de mis noches?”.

wilderguerra@gmail.com

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