Negociar la paz en el aula de clase

Arturo Charria
22 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

Mal hace el gobierno en intentar imponer la paz como un golpe de opinión y en pensar que la imagen negativa del proceso es un problema de comunicación.

No importan los canales que se creen, la audiencia no cambiará su percepción hasta que comprenda qué implicaciones tiene un proceso de negociación y, como afirmó recientemente Rodrigo Uprimny, hasta que los colombianos comencemos a imaginar cómo sería el país en paz.

Ante esta situación y con el interés por discutir en el aula de clase qué es aquello que está sucediendo en La Habana, con una compañera de trabajo nos dimos a la tarea de diseñar una estrategia que les permitiera a los estudiantes comprender, desde un ejercicio real de negociación, en qué consistía el proceso de paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC.

Lo primero fue descartar lo obvio, es decir, evitar la posibilidad de que el ejercicio terminara en una clase magistral donde se resumiera la agenda del proceso, su metodología, se trazara una línea del tiempo con los principales acontecimientos y las crisis presentadas, se revisaran los acuerdos alcanzados y, por último, se miraran posiciones a favor y en contra de este. La propuesta didáctica debía incluir todo esto, pero no debía reducirse a un monólogo del profesor frente a los estudiantes.

Tomando como referencia la Escuela de Negociación de Harvard, planteamos que durante un mes no hablaríamos del proceso de paz, sino que aprenderíamos a negociar. Partimos de ejercicios cotidianos que permitieran a los estudiantes comprender que a diario estamos enfrentados a situaciones donde negociamos y que “ganar” no implica la destrucción del adversario.

Así, comenzamos por sentar unas bases teóricas que permitieran a los estudiantes pensar estratégicamente: ¿cuál es la posición que tiene mi actor y qué es lo máximo a lo que este aspiraría?, ¿cuáles son los intereses que podemos tener en común con la contraparte?, ¿cuáles son los puntos en que puedo ceder y los límites que debo evitar?, ¿cuál es la terminología que evita la tensión y que genera confianza? y ¿qué hacer en caso de entrar en callejones que pueden obstruir la negociación y poner en riesgo lo acordado?

Estas bases resultaron fundamentales para el proyecto, porque les permitieron a los estudiantes salirse de sus posiciones radicales e incluso maximalistas. Comprendieron que una negociación partía de reconocer a la contraparte como un interlocutor válido, que también tiene posiciones e intereses que quiere alcanzar. Así se logró romper la idea de que unos representarían a los “buenos” y otros a los “malos”.

La clave estaba en que los estudiantes se pensaran como actores racionales que quieren sacar un proceso de negociación adelante (entre enemigos históricos, con desconfianza mutua) y que la búsqueda de intereses comunes les permitiera construir acuerdos capaces de superar el “umbral de rentabilidad” determinado por la identificación de los límites que tienen desde el actor que representan.

Durante más de dos semanas los estudiantes comenzaron la negociación. Se establecieron funciones precisas y reglas de juego. El salón se dividió en dos: miembros del equipo negociador de las FARC y miembros del equipo negociador del Gobierno. Cada equipo tenía plenipotenciarios y equipos técnicos que eran expertos en cada punto de la agenda. También se incluyeron otros actores como medios de comunicación, el expresidente Uribe y los países garantes (que representábamos los dos profesores a cargo).

Al final del ejercicio se redactaron acuerdos sobre todos los puntos de la agenda, este documento fue aprobado por ambas delegaciones. Como fase final del proyecto, cada estudiante debía tomar uno de los acuerdos y plantear cómo sería su implementación en el posconflicto.

El balance al que llegamos con los estudiantes fue bastante satisfactorio, no solo por haber logrado lo que en educación llamamos “un aprendizaje significativo”, sino porque los estudiantes afirmaron, una vez terminada la experiencia, que su percepción sobre el proceso de paz había cambiado, pues comprendieron, más allá de sus posiciones, qué es aquello que está sucediendo en La Habana. En palabras de uno de ellos: “Esto nos ayudó a entender que no hay ni buenos ni malos. Hay un problema y para solucionarlo hay que construir acuerdos. Hay que oírnos todos para salir del odio que recibimos como herencia.” Quizá en eso consiste el posconflicto, en la posibilidad de vivir en un país donde las diferencias no se resuelvan a tiros, donde no haga falta el ruido de los fusiles para atraer la presencia del Estado.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar