Niños, mascotas y duelos

Claudia Morales
03 de febrero de 2017 - 03:29 a. m.

Si usted tuvo una mascota o la tiene ahora, posiblemente se identificará con el sentido de esta columna. Si nunca ha tenido una y no se imagina el valor afectivo que eso supone, tal vez esta reflexión le ayude a entenderlo.

Decidí escribir sobre las mascotas y el duelo motivada por una experiencia personal, por la de amigos cercanos y porque tengo una preocupación frente a la manera como algunos adultos perciben la muerte y la forma como se la transmiten a sus hijos.

En diciembre, debido a una leucemia y con cuatro años de edad murió Renato, el gato de Ana Cristina Restrepo, periodista y profesora. También ese mes, con 14 años murió Colapso, el perro de Yolanda Reyes, escritora, directora del jardín infantil Espantapájaros y experta en primera infancia. Y el 28 de enero murió Emilia, nuestra gata, después de 14 años de acompañarnos.

En los tres casos, la eutanasia fue el mecanismo que decidimos porque el diagnóstico de la salud de cada animal confirmaba que no habría mejoría y sí mucho sufrimiento. Por separado, estas tres familias pensamos que el desprendimiento de una mascota en esas condiciones es un gesto de amor y a los hijos que tenemos, entre los siete hasta los más de 20 años, los cogimos de la mano y les permitimos la tristeza como inicio del duelo.

Lo anterior parecería obvio pero no lo es, y lo he comprobado porque en el camino he encontrado adultos que piensan que es mejor no tener mascotas para que los niños no sufran cuando se mueran; otros que se burlan del sufrimiento causado por la enfermedad y la muerte de un animal, y unos más que creen que a la muerte en general es mejor manejarla como un tabú.

La reflexión entonces no es sobre si se debe o no tener mascotas porque eso ante todo es un acto de libertad. Tampoco se trata de definir a alguien como bueno o malo por el hecho de tener o no mascotas. Lo que quisiera plantear es la necesidad de entender lo que significa el cuidado, el crecimiento y la muerte de un animalito que complementa los días de nuestra existencia. Y concentrarnos en el aprendizaje de los niños y lo importante que es saber que cuando los ayudamos a curarse de la muerte, “los estamos dotando de unas capacidades y una comprensión importantes que les servirán para el resto de sus vidas”. Así lo escribió Teresa Moreno, máster en Intervención e Investigación Psicológica en Justicia, Salud y Bienestar Social.

Minimizar el dolor por la ausencia de una mascota y esconder la universalidad de la muerte elimina de tajo la posibilidad de enseñanza y el espacio para transmitir a los niños actitudes resilientes que contribuyan a la fuerza que necesitan para afrontar los momentos críticos. Esto aplica para un divorcio, la muerte de un familiar o un amigo y cualquier situación que denote una pérdida.

Por experiencia lo digo: los niños sí son capaces de asimilar conversaciones emocionales profundas y si les hablamos con franqueza de lo que sentimos y si nos permitimos la tristeza, ellos van a comprender mejor el mundo, van a saber qué es la empatía, tan escasa en nuestra sociedad, y tendrán una inteligencia emocional más sólida.

Los adultos, de paso, deberíamos copiar ese dolor primario y sin prevenciones que pueden expresar los niños. Porque la muerte de una mascota que hemos cuidado y amado también significa un duelo para nosotros, y admitirlo es el primer paso para reconocer que siempre habrá razones para llorar, extrañar y continuar el ciclo del aprendizaje y la enseñanza.

@ClaMoralesM

*Subdirectora de La Luciérnaga

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar