No es el apocalipsis

Santiago Montenegro
21 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.

Con el triunfo de Trump, el resultado del Brexit, el auge de partidos xenófobos en toda Europa y el bajo crecimiento, una variedad de analistas, científicos políticos y economistas están argumentando que el mundo se encuentra en una situación, si no igual, sí muy parecida a las grandes crisis que precedieron a la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Y se habla de que los culpables o responsables de esta situación son la globalización, el libre comercio, la falta de grandes líderes, y hasta le están echando la culpa a Facebook, supuestamente por prestarse a difundir mentiras que millones de personas acaban creyendo.

Así, al igual que como llegó a definirse la era del posmodernismo, ahora algunos hablan de la era de la posverdad. El problema es que, aunque el mundo siempre ha sido complejo, quizás ahora es más complejo que antes. Y, en un mundo complejo, la verdad es igualmente compleja. El mismo Karl Marx lo argumentó cuando dijo que “lo concreto es concreto porque es unidad de lo diverso y síntesis de múltiples determinaciones”. Y en una época de crisis, el ciudadano medio no parece dispuesto a entender esas múltiples determinaciones y quiere respuestas rápidas y fáciles de entender. Y, como siempre ha sucedido, el mercado político termina proveyendo a los vendedores de pomadas mágicas, a los gritones y despelucados (casi siempre son hombres) muy seguros de sí mismos, que simplifican los diagnósticos y prometen soluciones rápidas y contundentes. Usualmente lo hacen por la vía negativa, argumentando no lo que quieren, sino lo que no quieren, porque, en el fondo, saben que las soluciones son realmente complejas. Y también lo hacen apuñalando monstruos inventados por ellos mismos, como los inmigrantes musulmanes, los mexicanos, los fabricantes chinos, los dueños de los bancos, los judíos, las minorías étnicas o la comunidad LGBTI.

Pero nada de esto es nuevo. Sin remontarnos a los textos bíblicos o a las crisis por las pestes de la alta Edad Media, los rumores, los presagios y las mentiras siempre fueron parte de las luchas por el poder y condujeron a persecuciones, encarcelamientos, ejecuciones y masacres. Se atribuye a Esquilo la frase de que “en una guerra, la primera víctima es la verdad,” y, más recientemente, en el siglo XIX, Bismarck afirmó que “nunca se miente tanto como antes de unas elecciones, durante una guerra o después de una cacería”. Pero ni en el mundo de Esquilo de hace dos milenios, ni en la Prusia de Bismarck había Facebook. Como ahora, lo que había eran unos animales simbólicos, poseedores de un lenguaje con facultades descriptivas y argumentativas, llamados seres humanos, luchando por el poder político, social y espiritual.

Lo que sí hay ahora, y no existía hasta hace poco tiempo, es una fuerte sociedad civil y las instituciones de la democracia liberal, con su separación de poderes, y una justicia que protege los derechos fundamentales de los individuos y también de la minorías, incluyendo la libertad de expresión.

Por supuesto, existen riesgos y la existencia de las sociedades abiertas no está garantizada. Pero la solución no está en coartar a las redes sociales, como Facebook, sino en fortalecer la deliberación pública y la transparencia, tanto en los medios tradicionales como en los nuevos. Más y mejor deliberación pública será la mejor forma de defender nuestras instituciones democráticas y las libertades de la sociedad abierta.

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