No voy a tener hijos

Beatriz Vanegas Athías
01 de noviembre de 2016 - 03:36 a. m.

Dos días después de las Marchas del Odio, así llamadas por la columnista Catalina Ruiz-Navarro, me escribió una amiga diciéndome lo siguiente:

“Desde que tuve quince años supe que no tendría hijos. Pese a vivir en un país que considera a la mujer como un ser incompleto si no se reproduce en dos o tres o cuatro hijos, supe desde muy joven que no tendría hijos. Y tú sabes que no soy lesbiana. A estas alturas de mi vida he tenido todos los novios que la vida me brindó y los que yo he escogido.

Una primera razón para no tener hijos es mi cobardía. La cobardía que siempre he experimentado hacia el dolor físico. Nunca me describió mi madre la manera cómo sufrió al parir a mis dos hermanos y a mí. No tenía por qué hacerlo pues su educación cristiana la había dotado de todo el rubor y pudor posible para inhabilitar la descripción de una contracción; o de “reventar fuente”, del verbo pujar, de nombres como placenta, o acciones como “venir de nalga”. Sólo hasta que llegó mi profesora de Biología con un video proyectado en los decimonónicos betamax, tomé la decisión: no expondré mi cuerpo a semejante salvajada. Cobarde irredimible que soy.

Otra razón es mi egoísmo. Sólo yo merezco tratarme bien. Mis cuidados, mi manutención son para mí. Por egoísmo, porque nadie se merece que yo lo mantenga, porque quiero dormir tranquilamente y el tiempo que me provoque. Porque creo que amándome tengo más posibilidad de amar a los otros, sin tanta demagogia familiar, también decidí no tener hijos.

Porque creo –como muchos- que la vida es corta y siempre deseé ir a los sitios soñados sin el temor a que el niño o la niña se enfermen o se ausenten de la madre quedando al cuidado de una o de un desconocido. De nuevo la cobardía, mea culpa. Y propósito de esta tirana que guía las acciones de millones de colombianos, es decir, la culpa, no quería  que mis futuros hijos pagaran mis errores, pues así me enseñaron en casa y así lo gritan tácitamente los medios: los errores del padre –no de la madre- los pagan los hijos.

Porque soy corruptible y no me gusta ser un ejemplo para nadie, no me gusta la impostura, y yo quiero ser yo, sin tener que asumir una pose para los que nunca serán mis hijos. Porque no me imagino con la misma cara de tristeza de mis compañeras que abandonan la fiesta en el mejor de los momentos, en tanto que el compañero se queda hasta el amanecer. Porque con el tiempo he descubierto, que en verdad mi exitosa vocación es ser la gloriosa tía, que nunca, nunca, se muestra triste”.

 

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