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Obama de la Caridad y Mickjagger Castro

Reinaldo Spitaletta
29 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

El último episodio para el entierro definitivo de la Guerra Fría, y más como una expresión de la nostalgia, no fue el de la visita de Obama a Cuba, ni siquiera la apertura diplomática a lo Capablanca, de relaciones entre la isla y Washington, desde 2014, sino el concierto de The Rolling Stones ante más de trescientas mil personas en La Habana.

El rock, en este caso, pudo más que los discursitos políticos, más que la geopolítica, más todavía que aquella tipificación de que los Estados Unidos, en sus relaciones exteriores, no tienen amigos sino intereses, la cual, por lo demás, continúa vigente. Y pudo más todavía, en lo simbólico, que tantos atentados, invasiones, embargos, despropósitos a miles, cometidos por Gringolandia contra el pueblo cubano. Digamos, como un aserto sociológico, que la música se hizo para unir y no para dividir.

La presencia de la mítica banda británica no tuvo ribetes caritativos. No. Es parte del negocio, pero, más allá, se inscribió en un cuadro de acercamientos entre La Habana y Washington, en el que los norteamericanos pretenden ampliar su influencia y los cubanos tener la esperanza del fin del criminal embargo. Cuba, hoy, y desde hace mucho tiempo, no representa en lo estratégico ninguna amenaza para los Estados Unidos. Ni es, como pudo haber sido en los principios de la agitada década del sesenta, un “faro” para “iluminar” movimientos de liberación nacional, guerra de guerrillas y el foquismo.

No es tampoco la tierra de los discursos antiimperialistas, ni ya el legendario barbudo Fidel puede hablar ocho o diez horas seguidas, como lo hizo, por ejemplo, en la Segunda Declaración de La Habana. Y el Che solo quedó en estampillas y en efigies que recuerdan las tremendas fotografías de Alberto Korda. Y, durante el concierto de los Rolling, en banderas en las cuales el legendario médico y revolucionario argentino aparecía sacando la lengua.

Es más. Uno se pregunta por qué la isla de Martí, la tierra del son y del danzón, la que durante muchos años fue un burdel dispuesto por los norteamericanos, se torna hoy atractiva para los que fueron sus enemigos después del primero de enero de 1959. ¿En qué cambió la correlación de fuerzas? ¿Qué representa hoy la tierra de Carpentier y Cabrera Infante en la geopolítica mundial? ¿Volverá a ser un paradisíaco centro de lenocinio para ricos gringos que ansían carne de jinetera?

Antes de la insurrección de los barbudos, Cuba estuvo bajo la férula imperialista yanqui durante muchos años. Tras la guerra de 1898, en la que los estadounidenses se quedaron con Guantánamo y pusieron a su disposición a la isla que en los treinta sufrió la dictadura de Machado y más tarde la satrapía de Fulgencio Batista, todo con la complacencia e injerencia de la Casa Blanca, Cuba era un divertimento gringo. Un Estado con peleles manejados por Estados Unidos.

Hasta que “llegó el comandante y mandó a parar”, según canta Carlos Puebla.

Después hubo intentonas de recuperación. Y así se produjo la invasión de Bahía Cochinos, rechazada por los cubanos. Estados Unidos no solo quería tener allí lupanares y cabarets, sino un régimen dócil a sus dictados. Castró se tornó prosoviético y Cuba en un satélite del Kremlin. Hasta cuando llegó la crisis en la cual la Guerra Fría se calentó con riesgos de conflagración universal. Nikita Kruschev, a petición de Fidel, construyó en la isla una base de misiles ofensivos. Y la “piedra” se le salió a John Kennedy, el mismo que tenía dominada a América Latina con su “Alianza para el progreso”.

Las amenazas norteamericanas a modo de disuasión, convencieron a Kruschev de retirar la base, sin importar la gritería cubana de “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”. Y Cuba continuó con sus coros antiimperialistas y su lucha por la dignidad frente al embargo impuesto por E.U. La dinastía Castro siguió en el poder. En 2014, tras más de cincuenta años de ping pong de insultos y amenazas, se normalizaron las relaciones. Con la visita de Obama, el deshielo fue mayor, pese a que Fidel Castro dijo que “no necesitamos que el imperio nos regale nada”.

Tal vez el último rasgo de la Guerra Fría, que tantas veces se calentó, haya sido el de la presencia de The Rolling Stones en Cuba, considerada en otros tiempos su música como “maldita”. Y, tal como lo escribió una periodista cubana en el exterior, Claribel Terre, ahora en Cuba habrá niños que se bautizarán como Mickjagger Pérez y Rollinstón Rodríguez, así como alguno se llamará Obama de la Caridad Fidel Martínez.

 

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