Obituarios anticipados

Héctor Abad Faciolince
04 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.

Cuando anunciaron que Fidel Castro se había muerto yo estaba conversando con el corresponsal de un periódico alemán.

Lo llamaron del diario, no solo para contarle la noticia, sino para decirle que no tenía que ir a Cuba a cubrir el funeral. No era necesario que fuera, le explicaron, porque en Alemania los lectores pensaban que Fidel ya tenía como diez años de muerto. Ahí me acordé de que yo ya había escrito —y publicado— diez años antes un obituario anticipado de Fidel, para la revista SoHo, y puse el enlace por twitter. Algunos se mueren vivos, pensé con cierta melancolía, y otros se mueren cuando ya están muertos.

Como al día siguiente tenía que hacer una presentación en público de Vargas Llosa, recordé algo que me había dicho por teléfono Javier Cercas cuando se supo que el escritor peruano se había enamorado otra vez: “Mario ha resuelto que se va a morir vivo”. Pocos cambian de vida a los 80 años. A esa edad se receta silencio en un rincón, con una cobija sobre las piernas. Sin embargo Tolstói, a los 82, resolvió dejarles su tierra a los pobres y se fugó de la casa porque no soportaba que Sofía, su mujer, le leyera los diarios y le impidiera seguir los ideales de pobreza que exige la verdadera vida cristiana. También estaba harto de que ella, cada vez que no estaba de acuerdo con los planes del marido, amenazaba con suicidarse y corría a tirarse al lago congelado de Yásnaia Poliana. Todos los suicidios de Sofía, un repetido chantaje emocional, terminaban en gripa.

Paréntesis personal: desde hace unos 20 años mi madre nos anuncia a mis hermanas y a mí que debemos pasar juntos la Navidad, porque probablemente será la última con ella. Este no es un chantaje emocional, sino una estrategia católica muy sofisticada: el “memento mori”, el recuerdo de que somos mortales, para que nos portemos bien. Yo mismo, cuando quiero que mis hijos me visiten, les digo que tengo un quiste muy sospechoso debajo del brazo. La hipocondría es una forma laica del chantaje emocional o del “memento mori”. Si no fuéramos mortales, en realidad, seríamos unos monstruos, tan despiadados como los dioses griegos. Bien decía Borges que el peor castigo sería que a uno lo condenaran a la inmortalidad. Fin del paréntesis.

Vuelvo a los obituarios. A mí me han llamado de varios periódicos para pedirme conceptos sobre escritores, antes de que se mueran, los cuales solo serían publicados si la cosa se llega a dar. Cuando a García Márquez le dio un cáncer, más de 20 años antes de morirse, fue la primera vez que me pidieron uno. Después lo actualizaron cuando dejó de escribir, y vine a verlo publicado, en Los Angeles Times, cuando esa rayita que ponen después de la fecha de nacimiento se completó con la triste fecha de una muerte anunciada: el 17 de abril de 2014.

A veces pasan cosas más raras. Hay periodistas que quieren matar dos pájaros de un tiro. No hace mucho me llamaron de un periódico (gringo también) para preguntarme por lo que yo diría del presidente Santos si resultaba que su cáncer efectivamente era muy grave, y de desenlace rápido. Y para aprovechar, el mismo periodista me dijo que también a Uribe le habían sacado algo extraño de un ojo (esto no me consta, simplemente reporto lo que me dijo el gringo), y que podíamos aprovechar para un breve testimonio sobre los dos. Como estos ejercicios de necrofilia son muy antipáticos, fui lo más lacónico que pude. “Santos: el presidente que buscó la paz. Uribe: el expresidente que impidió la paz.” Uno no sabe si efectivamente así pasarán a la historia, pero es lo que pensé en noviembre, cuando me llamaron.

A veces la realidad cambia, o uno cambia de opinión. Por eso me preocupa que sobre otro escritor colombiano declaré hace 15 años algo muy elogioso y hace cinco algo que habla muy mal de él. Las dos veces fui sincero, pero sería muy raro, si no me muero antes que él, leer el mismo día una opinión a favor y otra en contra sobre el mismo señor, y dichas por el mismo tipo.

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