Olé a la prohibición

Daniel Pacheco
30 de enero de 2017 - 07:33 p. m.

La tauromaquia seguramente moriría en Colombia como lo hizo el toro marrón en la segunda jornada de la temporada 2017 en la plaza Santamaría. Lentamente, después de muchas estocadas, con poco garbo, y al final con un público cada vez más escaso en las tribunas, como en efecto lo hubo ayer en la plaza de toros de Bogotá.

Luego de dos intentos infructuosos con la espada, en el tercero el mal matador la hundió hasta la empuñadura del lomo del buen toro marrón. Terminaba mal. Entonces el toro lentamente se echó sobre la arena, y parecía que sería al final una muerte rápida. Se acercó el matarife, un gordo en traje de luces que clava un pequeño cuchillo en la cervical del animal como la última estocada antes de sacarlo de la plaza. Pincha mal en la primera, pincha mal en la segunda, la plaza chifla, y horror en la tercera: también pincha mal y el toro se vuelve a parar y a embestir todo agujereado. Capotes para un lado, capotes para el otro, y otra vez se echa al piso el toro marrón. Pobrecito el toro. De nuevo se acerca el gordo, ¡y pincha mal otra vez! Más horror y más chiflidos. Finalmente en el quinto intento hunde el chuchillo donde es y el toro estira la pata. Cuando sale el animal arrastrado por las mulas hay más aplausos para él que para el matador. Incluso adentro de la Santamaría hay formas de animalismo, de rechazo al dolor innecesario.

Ese sería el orden natural de las cosas (y lo natural ahora es lo bueno), que los toros se mueran por el olvido y el rechazo del público frente un espectáculo que ofende las nuevas sensibilidades, si no fuera por la manía permanente en Colombia de hacer leyes y demandas para todo.

De hecho escribo esta columna cuando aún no se ha pronunciado la Corte Constitucional acerca de una demanda al párrafo que hace una excepción al delito de maltrato animal (castigado con entre uno y tres años de cárcel, según la nueva ley del 2016) para espectáculos como las corridas de toros, las peleas de gallos, las corralejas y el coleo.

Pero como los políticos hacen leyes porque es lo más fácil de hacer para complacer sin hacer demasiado, entonces el apasionado choque de ideas detrás del debate sobre el trato ético a los animales terminará zanjado en letra muerta de una ley, y no en la discusión viva de una sociedad, ciudad por ciudad, o municipio por municipio, respetando las particularidades locales y tolerando las diferencias nacionales.

O acaso creen que en la región atlántica, por allá en una sabana solitaria de calor intenso, debajo de un árbol con una burra amarrada, se ha enterado ese campesino de que “Las penas contempladas en el artículo (sobre maltrato animal, las de uno a tres años) se aumentarán de la mitad a tres cuartas partes, (…) d) Cuando se cometan actos sexuales con los animales”.

Si mucho ese hombre tararea con su pelvis: “Te quiero, burrita”, el poema de Raúl Gómez Jattin: “Porque no hablas / ni te quejas / ni pides plata / ni lloras (…)Te quiero / ahí sola / como yo / sin pretender estar conmigo(…)”.

@danielpacheco

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