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¿Para qué la reforma rural?

Julio Carrizosa Umaña
05 de septiembre de 2016 - 03:00 a. m.

El Acuerdo dice que será para lograr el “bienestar y el buen vivir”, buenas noticias para los ambientalistas.

Estas palabras, bienestar y buen vivir, se repiten varias veces en el punto 1 del Acuerdo Final. Para los ambientalistas, esto es la invitación al realismo que estábamos esperando. Son objetivos posibles en el mediano plazo y acordes con las características de los ecosistemas colombianos, con su belleza, su diversidad, su complejidad y, además, con su deterioro actual. Especialmente nos gusta que no sean objetivos dependientes de los caprichos de los mercados, de una revolución o de tecnologías futuras, sino ligados a las características probadas de los cerebros de los seres humanos, a su flexibilidad, a su inclinación al amor y a su búsqueda constante de la felicidad.

La inclusión de esas palabras muestra también el reconocimiento y el respeto de ambos grupos de negociadores por las mejores ideas de los otros y demuestra que se pueden lograr acuerdos alejándose de los dogmas del marxismo y del neoliberalismo. El concepto de “bienestar” surge del liberalismo clásico anglosajón, que desde principios del siglo XX procuró combatir el capitalismo salvaje ofreciendo por lo menos salud y subsidios al ejército de desempleados. El concepto de “buen vivir” es latinoamericano, o sea, es asiático, africano y europeo y trata de profundizar en lo que los humanos deseamos y no concentrarse en los instrumentos para lograrlo. El ambientalismo ha participado en su construcción y en su inclusión en las constituciones de Bolivia y de Ecuador. Al utilizar ambos conceptos, el Gobierno y las Farc coinciden con lo expresado en la encíclica Laudato Si, en donde se promueve un alejamiento del “consumo obsesivo” como objetivo principal y la construcción de una “civilización del amor”, en donde se insta a no olvidar “las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad” y se propone “un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco”.

En el campo colombiano, pleno de pobrezas, inseguridades e inequidades, la sobriedad forma parte de sus tradiciones históricas de sobrevivencia, y para lograr una “civilización del amor” sólo habría que asegurar, además de la paz, una base económica suficiente, segura y bien distribuida. Sin duda, parte de esa economía vendrá del trabajo campesino y, afortunadamente, otra parte podría ser generada por algunos de los cambios ordenados en el punto 1.10 del Acuerdo Final.

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