Pirlo

Antonio Casale
05 de enero de 2017 - 03:55 p. m.

Con el adiós de los ídolos se va una gran parte de la juventud, de la vida misma. Aunque no ha sido oficializado por el propio Andrea Pirlo y todo parece indicar que fue otra de las tantas noticias falsas que se producen en las redes sociales, sus 37 años nos indican que el momento del retiro está próximo.

Qué bueno por los aficionados del New York City, que pueden disfrutar de sus últimos actos como futbolista activo.

Y es que Pirlo no es de este tiempo aunque lo sea. Siempre alejado de lo mediático, se dedicó a hablar en la cancha, con la pelota. Nunca se supo de él por ser modelo de alguna marca de calzoncillos, cantar en Instagram o estar rodeado de las muchas mujeres con las que pudo compartir sábanas gracias a su fama.

En la cancha en cambio le dio un giro al fútbol italiano a comienzos de siglo, cuando recién llegado al Milan, recibió a quien no solo sería su nuevo jefe, sino el entrenador que marcó el antes y el después de su carrera. Hasta entonces Pirlo había sido un prometedor volante de creación que no había tenido rutilantes actuaciones en el Brescia ni en el Inter. Su talento no estaba en duda, pero le faltaba un detonante. Fue Carlo Ancelotti quien le encontró el lugar en la cancha, lo puso como volante cabeza de área, por delante de los defensas y por detrás de los volantes, asociado con Gatusso, Seedorf y Ambrossini en la mitad. Desde ese lugar se convirtió en el asistidor de Kaká, Rivaldo y Rui Costa, sus atacantes. En otras palabras, se convirtió en el eje del equipo.

Como no podía ser distinto en el ultradefensivo fútbol italiano, para darle un giro ofensivo, para introducir el juego bonito y evolucionarlo se necesitaba que naciera un Pirlo, capaz de crear juego desde su propio terreno. Los resultados hablan solos, con él en la cancha el Milan levantó su última Champions, en 2003, y la Azzurra el mundial de 2006. Su magia llevó también a Italia a la final de la Eurocopa en 2012. Además ganó dos scudettos con Milan y cuatro con la Juventus. Con él, Italia aprendió que ganar y belleza son dos palabras que pueden ir de la mano.

El de Flero, en Brescia, cambió el fútbol italiano para siempre. Si España basó sus éxitos recientes en el talento de Iniesta, Italia hizo lo propio con Pirlo.

Alguna vez le preguntaron si no le parecía injusto que nunca le hubieran dado el Balón de Oro. Pirlo, con la sinceridad y la sencillez de siempre, dijo que no. Argumentó que si Iniesta y Xavi no habían recibido tal distinción, él tampoco tendría por qué obtenerla. Al italiano le ha gustado siempre el rol de actor de reparto, aunque su fútbol sea protagónico.

Es verdad: el Balón de Oro es para los goleadores. Los artífices de sus éxitos pasan de agache. Seguramente el día que se retiren, extrañaremos a los jugadores como Pirlo, esos que hacen de verdad el fútbol bonito.

 

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