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Plebiscitos, miedo y esperanza

César Rodríguez Garavito
30 de junio de 2016 - 08:27 p. m.

Los plebiscitos son formas riesgosas de democracia, como escribió Kathleen McNamara en Foreign Affairs tras la decisión británica de salir de la Unión Europea.

El voto popular sobre un asunto definitivo para el largo plazo puede ser capturado por el miedo momentáneo de los ciudadanos, atizado por la propaganda mendaz de los líderes populistas. 

Así pasó en el plebiscito británico, donde los nacionalistas desplegaron el manual de la política del miedo: distorsionaron las cifras de migrantes y mintieron sobre los costos y beneficios de la Unión Europea, todo con el fin de infundir el pánico frente a la “inundación de migrantes” que supuestamente se desgajaría sobre el país si seguía en la UE. Y ganaron.

Algo similar comienza a pasar en nuestro plebiscito trascendental, el que busca el aval ciudadano al acuerdo entre el Gobierno y las Farc. Los líderes del No, encabezados por el senador Uribe, son coherentes con la estrategia que siempre han practicado, por ser la que los mantiene vigentes: la política del miedo —a las Farc, al terrorismo, al inverosímil “santos-castrochavismo”—. Para ello se valen de los recursos que han usado con éxito a lo largo de los años, desde la desfiguración de los hechos sobre el acuerdo de paz hasta la explotación efectista de las imágenes de la guerra y los inexcusables crímenes de las Farc. Los ingredientes son reconocibles en los videos virales de la campaña del No en las redes sociales, que recuerdan la violencia atroz de las Farc sin mencionar que el objetivo central del acuerdo de paz es precisamente ponerle fin.

Creo que el peor error de la campaña por el Sí sería responder con la misma moneda, como lo hicieron los partidarios de que el Reino Unido permaneciera en la UE. Estos respondieron el miedo con el miedo: advirtieron que la Libra Esterlina se desplomaría el día siguiente del voto y que la UE cerraría sus puertas a los británicos y sus productos. Poco importa ahora que la realidad esté corroborando sus cifras apocalípticas. Políticamente, su estrategia puso el debate en el terreno que convenía a sus rivales, curtidos en el arte del pánico. Y perdieron.

Aquí, en lugar de advertir sobre riesgos de guerrillas urbanas o más impuestos si gana el No, la campaña por el Sí a la paz debe ocupar el espacio político de la esperanza. Aunque tiene que recordar el hecho obvio de que el No implica la continuación de la guerra, su mensaje debe centrarse en explicar el acuerdo y mostrar las posibilidades de un nuevo país que se abren con el fin de la guerra. Es importante dar las cifras económicas y sociales de ese nuevo país (y rectificar las de la campaña del No). Pero es aún más importante mostrar historias y rostros concretos de la gran mayoría de víctimas directas de la guerra, que están en los rincones de Colombia y no tienen acceso a las redes sociales, pero le apuestan al acuerdo de paz.

Frente a la polarización y el temor animados por el No, el Sí debe responder con la reconciliación y la esperanza. No sólo para ganar el plebiscito, sino para ir haciendo transición a la forma de política que dominará en tiempo de paz.

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