¿Por qué sacaron a Dilma?

Luis Carvajal Basto
16 de mayo de 2016 - 12:00 a. m.

No se trata de una revancha ideológica, un caso de corrupción, aunque abunda, o anti feminismo. Son las reglas no escritas de la mala política.

La decisión del parlamento de Brasil separando del cargo a su primera presidenta ocurre en un periodo de profunda recesión que comenzó en el último trimestre de 2013, coincidente con las revueltas populares previas al mundial de futbol generadas por alzas en el transporte y escándalos de corrupción. Protestas que tuvieron como característica y novedad su convocatoria y difusión por las redes sociales. Allí comenzó Dilma su calvario.

Hasta ese momento tenía en las encuestas niveles de aprobación por encima del 60%.El 53% calificaba su gobierno como bueno; 32% regular y, apenas, un 13% como malo. A pesar de las protestas fue reelegida en octubre de 2014 con más del 50% de los votos. Ahora, más del 60% de los brasileños está de acuerdo con su salida.

Hasta entonces la economía Brasileña solo producía buenas noticias: 25 millones de personas habían salido de la pobreza y 30 llegaron a la clase media. El PIB per cápita se triplicó en 12 años. Pero eso fue antes de la recesión.

Aquí surge una primera explicación acerca del descontento popular que no ilustra su salida del gobierno aunque explica el entorno: al igual que le ha ocurrido a gobiernos de izquierdas o socialdemócratas en otras partes del mundo, sus éxitos en materia de reducción de la pobreza no aceptan “reversa”. Los pobres ascendidos a la clase media se niegan a perder lo conseguido, por causa de la recesión, y reaccionan contra los dirigentes que antes eligieron. Generalmente esas reacciones son canalizadas por gobiernos populistas de izquierdas o derechas.

Una segunda explicación es el efecto, en el estado de ánimo y las opiniones políticas, de casos de corrupción como en Petrobras. La gente, hasta ahora, está aprendiendo la lección de que la corrupción no tiene color político. Lula y su partido accedieron al poder criticando el robo de los recursos públicos y aprovechando crisis como la de Collor de Mello, solo para que luego de unos años, como un boomerang, esos mismos argumentos se devolvieran en su contra. La degeneración de la política es un fenómeno mundial que se nota más en periodos en que los gobiernos afrontan problemas fiscales, como ha ocurrido en el mundo luego de la crisis de 2008.

Pero ni la caída de Dilma en las encuestas, ni la corrupción reconocida, ni siquiera la recesión logran explicar su salida del gobierno que, en cambio, puede ser claramente adjudicada al canibalismo y la competencia entre malos políticos cuyos episodios transcurren, las más de las veces, por debajo de la mesa.

Para comenzar a Dilma no la acusan de robar sino de maquillar las cuentas públicas y, en el peor de los casos, utilizar recursos de entidades oficiales para resolver el déficit fiscal, cosa que hacen con frecuencia muchos gobernantes. Un pecado venial.En cambio, gran parte de sus acusadores han sido señalados de recibir coimas. Es el caso del principal promotor de su destitución, el señor Cunha, a quien se sindica de recibir 40 millones de dólares en mordidas. Pero no es excepcional: casi 400 de los miembros del parlamento que la sancionó tienen prontuarios por delitos como homicidio, fraude y hasta secuestro. En Brasil, al igual que en otras partes, los demonios hacen hostias.

Como suele ocurrir con la mala política, ante la más mínima señal de debilidad, sus “amigos” le traicionaron: la primera piedra fue tirada por su “leal” vicepresidente, quien la reemplazó. Gajes del oficio; puñales bajo las túnicas; reglas no escritas de la política. Nada cambió tanto desde Julio Cesar o Maquiavelo.

@herejesyluis 

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