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Por un nuevo modelo económico

César Ferrari
01 de junio de 2016 - 03:42 a. m.

Si Colombia quiere crecer a tasas aceleradas, sostenidas e inclusivas, como los asiáticos, debería superar su dependencia de las materias primas pues estas son intensivas en capital y sujetas a precios internacionales inestables.

Para ello debe desarrollar políticas económicas que eliminen sus dos restricciones principales: falta de competitividad de sus productores y reducidos niveles de ahorro e inversión.

Ese nuevo modelo económico solo puede darse como consecuencia de un cambio en los precios relativos y en las rentabilidades sectoriales en favor de la producción de bienes y servicios transables internacionalmente distintos a las materias primas: agropecuarios, manufactureros y de turismo receptivo, que son además intensivos en mano de obra.

Se esperaría que la devaluación actual haga muy rentable exportar o sustituir importaciones en dichos sectores. Sin embargo, la sola devaluación no es suficiente. Se requiere que represente una ganancia de competitividad permanente para los productores. Para que la ganancia sea permanente, la nueva tasa de cambio debe ser estable; ningún inversionista arriesgará recursos para expandir su capacidad de producción, incrementar su productividad o conquistar nuevos mercados sin conocer si esa tasa de cambio elevada se mantiene el tiempo suficiente para recuperar su inversión.

Más aún, la tasa de cambio puede devaluarse fuertemente y mantenerse no competitiva pues los otros países con cuyos productores se compite pueden también estar devaluando significativamente. Afortunadamente, los chinos, los principales competidores, en todos los mercados, en todos los productos, no están devaluando a esa velocidad.

Así, si se quiere que la economía colombiana tenga nuevas locomotoras económicas, el Banco de la República debería preocuparse de que la tasa de cambio no baje, en lugar de tratar de evitar que suba… a costa de quedarse sin reservas. Debería también promover la reducción de las tasas de interés comerciales a niveles internacionales. Mayor tasa de cambio implica mayores ingresos a los productores y menores tasas de interés menores costos. La combinación de ambas implica mayores utilidades y, por lo tanto, mayor ahorro.

De tal modo, la solución no pasa por la implantación de una política industrial proteccionista a la antigua. Pasa por una política que garantice la competitividad y rentabilidad de las empresas en dichos sectores, para que las propias utilidades generen los ahorros suficientes para financiar la inversión privada que haga posible la expansión de la capacidad de producción y la productividad y, por lo tanto, del empleo directo e indirecto, y en últimas de la economía y del ingreso per cápita.

Para ello la política monetaria debería mantener la tasa cambiaria elevada y estable. Las normas regulatorias deberían incidir en limitar los monopolios, carteles y oligopolio, en particular en la actividad financiera y en la de comunicaciones para reducir la tasa de interés y sus precios a niveles internacionales; significaría promover la competencia, la desconcentración de activos y de oferta, y ejercer una supervisión estricta a fin de evitar abusos, como lo está haciendo la Superintendencia de Industria y Comercio. La política fiscal debería aumentar los impuestos a las personas naturales sobre sus ingresos de capital, reducir los impuestos a las utilidades de las empresas, para así aumentar la inversión fiscal en la infraestructura que el país requiere. ¡Gran reto!
 

 

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