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Propongo una rechifla

Juan Carlos Botero
06 de noviembre de 2015 - 02:57 a. m.

Gustavo Petro se la merece. Al dejar el cargo en diciembre y al salir del Palacio Liévano, sería justo despedir al alcalde con una multitudinaria rechifla de protesta.

Una expresión popular de rechazo por una de las peores gestiones de la historia de Bogotá. Y no sólo de repudio a Petro como alcalde, sino como representante de la izquierda que, después de tres periodos seguidos, acabó con la capital.

El balance final de esta alcaldía no puede ser peor. La Contraloría Distrital acaba de hacer un severo análisis de su mandato, comparando sus resultados con sus promesas electorales, y señala que Petro se quedó corto en al menos 30 temas de gran importancia, incluyendo seguridad ciudadana, transporte y movilidad, salud pública, educación, infraestructura y mucho más. Es un fracaso absoluto, y el pueblo le pasó la cuenta mediante un castigo electoral elocuente. Pero deberíamos ir más allá, no sólo evitando en las urnas que su partido siguiera en el poder, sino expresando nuestra cólera con un abucheo inequívoco aunque pacífico. En breve: Petro se merece, como mínimo, una estruendosa rechifla de despedida.

Y no sólo él. También la política que él representa. Porque lo que hicieron los últimos tres alcaldes de Bogotá fue asestarle una infame estocada a la izquierda en Colombia. Y no es justo. La izquierda en este país ha tenido una historia trágica. Perseguida, silenciada, asesinada, con un partido entero eliminado a bala. Su esfuerzo ha sido brutal, y por eso admirable. La izquierda ha tenido pocas oportunidades para gobernar; de pronto tuvo tres alcaldías seguidas para administrar la capital del país, y resultó ser la más inepta y corrupta. Y eso refuerza el discurso intolerante de la derecha. Desaprovechó una coyuntura histórica para probar que esa corriente no sólo encarna buenas intenciones, sino talento para mandar, liderazgo, transparencia y excelencia en el manejo de asuntos difíciles. Sin duda, la izquierda tardará años en reponerse de semejante descrédito administrativo.

Lo he dicho antes: el triunfo electoral de Petro ayudó a deslegitimar la lucha armada (la prueba de que, mediante la reinserción, la renuncia a la violencia y la aceptación de la democracia, se llegaba mucho más lejos que mediante las armas), y el éxito de su gestión habría ofrecido otra prueba igual de valiosa, y más en contra de los reaccionarios del país: que la izquierda no sólo merece espacio y aceptación, sino respeto por su capacidad de gobierno. Era una gran oportunidad para mostrar que ésta no tiene que bascular entre las payasadas de Maduro o la tiranía de los Castro. Podía ser, también, una fuerza eficaz y ejecutora, motivada por la compasión, pero ante todo capaz de producir resultados justos y tangibles.

Hay algo que la izquierda en Colombia no ha entendido. Pasar del monte al desarme y al triunfo democrático fue una proeza. Pero se le olvidó que no basta con ganar el poder, sino qué se hace con él una vez se obtiene. A la hora de votar las diferencias políticas son definitivas. Pero a la hora de gobernar, lo único que a la gente le importa son los resultados: que le mejoren sus condiciones de vida.

Así que despidamos a Petro, felices con su partida, pero que antes sepa lo que pensamos de su mandato. Y nada lo resume mejor que una gran rechifla de protesta.

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