Prueba de fe

Piedad Bonnett
24 de abril de 2016 - 02:40 a. m.

En la foto, los graduandos tienen la formalidad y circunspección que les exige la ceremonia. Ataviados con sus togas y sus birretes, parecerían jóvenes sin experiencia, tal vez un poco asustados con lo que les depara el porvenir, si no fuera por sus rostros de hombres maduros, curtidos por la vida: son los 12 reclusos de la penitenciaría La Picota que se gradúan de abogados.

Y hay que alegrarse de que esto suceda en medio del horror de nuestras cárceles, y que se anuncie que otros 292 presos cursan en estos momentos estudios superiores.

Pero hay más: cuatro de estos abogados fueron “paras”, y no de cualquier rango. Son Edward Cobos Téllez, alias Diego Vecino, exjefes del bloque Montes de María, Luis Eduardo Cifuentes, exjefe del bloque Cundinamarca, Edgard Ignacio Fierro, alias Don Antonio, que delinquió en la Costa Atlántica y Óscar Ospino Pacheco, alias Tolemaida, exmiembro del bloque Norte, que operaba en la Jagua de Ibirico, Cesar. Todos ellos son desmovilizados y algunos se supone que han reparado a sus víctimas. Sus crímenes fueron atroces: se les imputaron masacres, secuestros, desplazamientos, tortura, en algunos casos tráfico de droga y entre todos pudieron haber desaparecido o asesinado a un mínimo de 600 personas. Ellos purgaron ya sus penas o las están cumpliendo (a uno de ellos le negaron la libertad por haber seguido delinquiendo desde la cárcel).

Inevitablemente, ante la foto algunas víctimas y no víctimas sentirán rabia y dolor. Y otros colombianos, entre los que me cuento, tendrán sentimientos encontrados: una cierta estupefacción, que incluso provoca esa sonrisa involuntaria que produce el humor negro, desconfianza, esperanza, escepticismo: todo junto. ¿Será posible que estos exparas estén rehaciendo sus vidas? ¿Qué tipo de abogados serán en un futuro? (Aunque valga la verdad, hay algunos en pleno ejercicio, esos que vemos todos los días, que no han estado en las cárceles y sin embargo su ética es muy dudosa y en algunos casos inexistente).

Sí, sentimos temor, dudas y muchas cosas más. Pero esto que la foto registra es parte de lo que, tan abstractamente, llamamos proceso de paz. Si una parte de nosotros se resiste a creer, la otra debe, por lo menos, anhelar que este sea el camino: hombres que purgan sus penas —aunque cortas para los horrores que cometieron— , que reparan a sus víctimas —y para eso está la justicia, tan lenta y tan inepta, pero en la que tendríamos que creer— y que reinventan sus vidas y tratan de insertarse, verdaderamente, en un orden social dispuesto a acogerlos. ¡Qué difícil que se cumplan todas estas condiciones! Sí, pero eso es lo que los colombianos tendremos que afrontar: exguerrilleros y exparas que no sólo manejen taxis, sino que se formen, participen en política, intenten incidir en las regiones. Siempre y cuando —y esto es lo que le corresponde al Estado— hayan expiado sus crímenes —no siempre será con cárcel—, hayan perdido perdón, y demuestren que creen en el sistema democrático y hayan dejado las armas.

Difícil, imperfecto, angustiante seguramente, pero no imposible.

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