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Scrooge

Andrés Hoyos
12 de julio de 2016 - 08:25 p. m.

Es imposible hablar mal de toda Inglaterra, donde nació William Shakespeare, el más grande poeta que haya dado el mundo, además de una pléyade descomunal de intelectuales, científicos y artistas, notables en casi todos los rincones de la actividad humana.

En contraste, el país está a punto de cometer un garrafal error histórico al salirse de la Unión Europea. El Brexit todavía se puede evitar, si bien implicaría hacer contorsiones dramáticas, como la de dejar intacto un potencial veto del parlamento escocés. De cualquier modo, la cosa pinta mal.

La Unión Europea, que ya tiene más de 50 años si su edad se mide por los primeros tratados, ha sido uno de los grandes inventos geopolíticos del último siglo. Creó una gran vitalidad política alrededor de una comunidad que, en la última cuenta, sumaba 28 países. En ellos el control político había venido oscilando en lo que podríamos llamar el centro ampliado. Crisis hubo muchas, sí, pero los extremistas de izquierda y de derecha no se impusieron nunca en la posguerra, habiendo sido tan abundantes antes de ella. Lo más cercano a una extremista fue Margaret Thatcher, justamente primera ministra de Gran Bretaña entre 1979 y 1990. La famosa Dama de Hierro dio virajes drásticos, en respuesta, hay que decirlo, a un desbordamiento laborista en el sentido contrario, que iba paralizando el país durante buena parte de los años 70.

La estabilidad europea se basaba en que los beneficios alcanzaban para una amplia mayoría de la población, de suerte que solo quedaban por fuera minorías pequeñas, incapaces de montar ataques consistentes. Por ello, hasta 2008 la unión nunca sufrió un mal lo suficientemente grave como para amenazar su existencia. Sin embargo, la crisis de ese año fatídico desnudó las falencias del proyecto europeo, consistentes sobre todo en el mal diseño del euro y de la unión económica, y también, aunque menos, en los abusos de la tan mentada burocracia que manda desde Bruselas, lejos del control democrático de la población. Alemania, muy en particular, ejerció entonces un dogmatismo económico cruel y dañino. El papel de país líder les quedó grande a los alemanes.

Ahora hay muchos más descontentos. De un lado están amplias capas de europeos de origen, por lo general perdedores en las carreras de la educación y del éxito, quienes al acercarse la vejez ven amenazada su forma de vida. Culpan —porque son diferentes, porque los tienen a mano y por los actos terroristas de unas minorías tan ínfimas como agresivas— a los emigrantes. Del otro lado están muchos jóvenes, asimismo perdedores en la carrera de la educación, que hoy encuentran poco trabajo. Abundan entre estos últimos los extremistas de izquierda y de derecha.

Sí, Inglaterra es el país de Shakespeare, pero también es el país de Ebenezer Scrooge, el roñoso personaje de Cuento de Navidad, la novela de Dickens, encarnado hoy, digamos, en Boris Johnson o en Nigel Farage. Pues bien, en Stratford-upon-Avon, el pueblo de Shakespeare, ganó el Brexit, o sea que allí Scrooge venció a Hamlet.

Los ingleses corren el riesgo de ser los chivos expiatorios de esta crisis. Fueron los primeros en dar el portazo y por eso les podrían otorgar el premio mayor medido en litros de cicuta. Claro, una cosa es que ahora haya más descontentos y otra que sean mayoría. Pese al triunfo del Brexit, un escenario como ese todavía se ve lejos. Aún queda tiempo para las enmiendas.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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