¿Se avecina una depresión con Trump?

Paul Krugman
19 de noviembre de 2016 - 05:06 a. m.

Seamos claros: poner a Donald Trump en la Casa Blanca es un error épico. En el largo plazo, sus consecuencias bien pueden ser apocalípticas, aunque solo sea porque es probable que hayamos perdido nuestra última y mejor oportunidad de frenar al desbocado cambio climático.

Sin embargo, ¿será evidente de inmediato la magnitud del desastre? Es natural y, uno debe admitir, tentador pronosticar que se llevaría su merecido rápidamente; yo mismo caí en esa tentación, brevemente, esa horrible noche de las elecciones, y sugerí que era inminente una recesión mundial.

De hecho, no se sorprendan si, en realidad, se acelera el crecimiento económico por un par de años.

¿Por qué, tras reflexionar, soy relativamente optimista sobre los efectos en el corto plazo de poner a un hombre tan terrible, con un equipo tan terrible, en el poder? La respuesta es una mezcla de principios generales y los detalles de nuestra situación económica actual.

Primero, los principios generales: siempre hay una desconexión entre lo que es bueno para la sociedad, o incluso la economía, en el largo palazo y lo que es bueno para el desempeño económico en los siguientes trimestres. Es posible que al no actuar en relación al clima se condene a la civilización, pero no hay claridad en cuanto a por qué debería deprimir el gasto del consumidor en el siguiente año.

O, tomemos por ejemplo el tema distintivo de Trump de la política comercial. Un retorno al proteccionismo y a las guerras comerciales haría que la economía mundial se hiciera más pobre con el tiempo, y, en particular, paralizaría a los países más pobres que necesitan desesperadamente mercados abiertos para sus productos. Sin embargo, las predicciones de que los aranceles trumpistas causen una recesión nunca tuvieron sentido: sí, vamos a exportar menos, pero también vamos a importar menos.

Ya tuvimos una especie de prueba del vestido en esta desconexión en el caso del “brexit”, el voto de Gran Bretaña para abandonar la Unión Europea. El “brexit” hará que Gran Bretaña sea más pobre en el largo plazo; pero los pronósticos generalizados en cuanto a que provocaría una recesión realmente no estaban, como algunos lo señalamos en su momento, basados en cuidadosas consideraciones económicas. Y, como era de esperar, parece que no está sucediendo la recesión del “brexit”.

Además de estos principios generales, los detalles de nuestra situación económica significan que, por lo menos durante algún tiempo, un gobierno de Trump podría, de hecho, terminar haciendo lo correcto por las razones equivocadas.

Hace ocho años, mientras el mundo se estaba hundiendo en la crisis financiera, argumenté que habíamos entrado en un reino económico en el que “la virtud es vicio, la precaución es riesgo y la prudencia es una locura”. Específicamente, nos habíamos topado con una situación en la que los grandes déficits y una mayor inflación eran cosas buenas, no malas. Y seguimos en esa situación; no con tanta fuerza como estuvimos, pero todavía podríamos usar bastante el déficit en el gasto.

Muchos economistas han sabido esto todo el tiempo. Sin embargo, los han ignorado, en cierta forma, porque un amplio sector de la élite política ha estado obsesionada con los males de la deuda, en parte porque los republicanos han estado en contra de cualquier cosa que propone el gobierno de Obama.

Ahora, no obstante, el poder ha caído en manos de un hombre que definitivamente no sufre de un exceso ni de virtud ni de prudencia. Donald Trump no está proponiendo grandes recortes fiscales para los acaudalados y las corporaciones que destruyan el presupuesto porque entiende la macroeconomía. Sin embargo, esos recortes tributarios añadirían 4.500 billones de dólares a la deuda estadounidense en la siguiente década, cerca de cinco veces el estímulo de los primeros años de Obama.

Cierto, distribuirle dinero caído del cielo a los ricos y las compañías que probablemente tendrían mucho dinero es una forma negativa de estimular la economía, y tengo mis dudas de que el aumento prometido en el gasto en infraestructura realmente vaya a suceder. Sin embargo, un estímulo accidental, mal diseñado, sería, con todo, mejor en el corto plazo que ninguno.

En resumen, no hay que esperar una depresión inmediata por Trump.

Ahora, en el largo plazo, el trumpismo será algo muy malo para la economía, en un par de formas. Para empezar, aun si no enfrentamos una recesión en este momento, las cosas pasan, y mucho depende de la efectividad de la respuesta política. Estamos a punto de ver una importante degradación, tanto en la calidad como en la independencia de los servidores públicos. Si enfrentáramos una nueva crisis económica —quizá como resultado del desmantelamiento de la reforma financiera— es difícil pensar en personas menos preparadas para lidiar con ella.

Y las políticas trumpistas, en particular, van a dañar a la clase trabajadora estadounidense, no a ayudarla; al final, la promesa de hacer que retornen los viejos tiempos —hacer que EE. UU.er grande— se revelará como la broma cruel que es.

Sin embargo, es probable que todo ello tome tiempo; las consecuencias del nuevo y terrible régimen no serán aparentes de inmediato. Los oponentes a ese régimen necesitan estar preparados para la posibilidad real de que sucederán cosas buenas a malas personas, al menos por un tiempo.

2016 New York Times News Service

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