Si yo fuera profesora

Beatriz Vanegas Athías
18 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.

Si yo fuera profe o seño, como dicen en el Caribe, me gustaría laborar en la jornada de la mañana de un colegio público.

Es decir, me levantaría a la cuatro y media de la mañana, me daría un duchazo, para luego encaramarme en un bus en el que continuaría durmiendo media hora más.

Al llegar al colegio, vería cómo emergen de todas las esquinas donde está situado, es decir, de la esquina de la droguería, de la plaza de mercado, de la tienda de empanadas, estudiantes, profesores, coordinadoras –casi siempre son mujeres-, los padres de familia. Todos van a mil, con ánimo y afanados por llegar puntual.

Llegaría al colegio como llegan todos: llena de alegría, con muchísimo ímpetu. Pero una vez cruzado el portón, la modorra se apoderaría de mí, bendeciría los escasos minutos que anteceden al llamado del timbre; pero eso sí, ¡ay! de aquel estudiante que se acerque a la Sala de profesores a averiguar si llegó o no un compañero de labores con quien tiene clase.

Dentro del salón, los asuntos se zanjarían de la manera más fácil y rápida, así, si la queja proviene de un niño al que le han robado un dulce, pues que vaya y le dé en la jeta al ladrón; si la que promueve el zafarrancho es la gorda Inírida, pues le grito ¡Oiga ballena deje el desorden! A ver si con la risotada que se arma en el salón no se calma.

Duplicaría mis ingresos con la venta de postres, o de productos por catálogo, quesos, o tal vez, zapatos y manualidades. Añoraría que no pagaran mi salario los tres primeros días del mes siguiente al vencido, para irme a paro y tomarme una semanita extra de vacaciones. Pondría en su lugar a esos impertinentes estudiantes que se acerquen a preguntarme: ¿Profe qué está leyendo? ¿Qué qué estoy leyendo? ¡Muchachita impertinente! Qué voy a estar leyendo con tanta prueba escrita por calificar, con tanta plataforma virtual que diligenciar!

Si yo fuera profesora nunca le regalaría una hora de trabajo a este gobierno que jamás piensa en nosotros, en últimas, esos muchachos del bachillerato no van a pasar, por ahí he de encontrármelos de taxistas, meseros, o vendedores de películas piratas, o con un reguero de hijos que repetirán el ciclo que ellos vivieron.

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