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Socialismo o barbarie

Luis Fernando Medina
25 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

Todos odian a Trump.

Excepto los pocos que han votado por él en las primarias republicanas, todos los demás lo odian. Lo odian los hispanos, los negros, los musulmanes, todo posible inmigrante o familiar de inmigrante a Estados Unidos (es decir, un porcentaje importante de la población mundial). Lo odia la izquierda, lo odia la derecha, lo odia el centro. En fin, lo odia la población en general que le da porcentajes de imagen desfavorable altísimos. Pero aún así bien puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos.

Yo tampoco lo creía hace un tiempo, pero ahora tengo que decir que es posible. Sigo creyendo que lo más probable es que Trump termine perdiendo en las elecciones de Noviembre ante Hillary Clinton. Pero cada vez estoy menos seguro porque en Estados Unidos, un sistema bipartidista muy robusto, siempre los dos partidos tienen altas probabilidades de ganar la presidencia así que una vez Trump gane la nominación del partido Republicano, que es hoy por hoy lo más probable, tendrá muchas opciones de ser presidente.

No tendría por qué ser así. Detener a Trump podría ser muy fácil. Bastaría con que el Partido Republicano se distanciara de él. No hay mecanismos legales para impedirle que se presente a las primarias, pero los demás precandidatos sí podrían decir que no lo apoyarían en caso de que ganara la nominación. Lo mismo podrían hacer muchísimos senadores y representantes, en fin, todo el aparato del partido. No sería tan raro. En Francia, por ejemplo, cada que el Frente Nacional, el partido xenófobo de ultraderecha, se acerca a alguna victoria electoral, los partidos de derecha e izquierda se unen para impedirlo. Acaba de ocurrir en las últimas elecciones.

Pero no lo han hecho. No es por escrúpulos con los precedentes políticos, algo que supuestamente es de cardinal importancia en países anglosajones. Por estos días el mismo liderazgo de la derecha estadounidense ha arrojado los precedentes a la basura anunciando que no permitirá que el presidente Obama nomine un candidato a la Corte Suprema, como lo estipula la constitución. Así que, como mínimo, habrá una vacante de casi un año en la alta corte, todo un record histórico. Pero, por lo visto, según ellos es antidemocrático que Obama (un presidente que ha ganado dos elecciones) influya en la configuración de la corte de modo que se justifica cualquier ruptura con los principios tácitos. En cambio, que Trump obtenga la nominación no es tan grave. Para ellos, es preferible que Trump llene la vacante a que lo haga Obama.

Resulta que aunque todos odian a Trump, cada uno lo odia por razones distintas. En la derecha el odio que suscita es porque su retórica xenófoba y sexista puede llegar a costarle las elecciones al partido. Es decir, el problema es de retórica y de votos, no de contenidos. Si por alguna razón resultara que Trump puede ganar, todo estaría perdonado. Y los resultados indican que puede ganar.

Lo curioso del caso es que Trump no es un derechista purasangre. La verdad es que no se sabe bien qué es, qué piensa o qué haría en caso de ganar. Su campaña ha estado toda ella basada en una vaga retórica personalista que, si ocurriera en algunos de los países al sur de Estados Unidos muchos llamarían caudillista y explicarían con base en cualquier teoría a cual más de peregrina acerca de la “mentalidad latina” o cosas de esas. Lo poco que sabemos es que Trump, por ejemplo, no está fundamentalmente opuesto a las reformas al sistema de salud que impulsó Obama o que tampoco es un enemigo jurado de subir impuestos a los más ricos. Pero eso no quiere decir nada. Trump no tiene principios sino fines y su fin es acumular poder. Si para ello tiene que cambiar cualquier postura anterior, y abrazar el dogma conservador de nuestro tiempo, lo hará.

En el fondo, creo que eso explica por qué, aunque en el Partido Republicano muchos dicen estar consternados con su ascenso, no hacen nada para detenerlo. Aunque en principio, Trump podría resultar un cripto-demócrata y hacer un gobierno de centro-izquierda, saben que eso es muy improbable y que, en caso de ocurrir, ante una oposición organizada él terminaría por redirigir sus fuerzas hacia los sectores más débiles, que es en últimas lo que ha hecho hasta ahora.

El título de esta columna viene de una frase de la legendaria luchadora y pensadora socialista alemana Rosa Luxemburgo, asesinada hace casi cien años. Viendo como Europa se sumía en la Primera Guerra Mundial, Luxemburgo pensaba que solo el socialismo podía evitar la barbarie que se avecinaba. Lo que ella no vivió para ver es que las élites empresariales alemanas de los años 30, cuando enfrentaron un dilema similar entre socialismo y barbarie, escogieron la barbarie liderada por el partido Nazi, un partido que les producía desprecio, desconfianza y temor similares a los que hoy suscita Trump. Por supuesto que Estados Unidos en el 2016 no es Alemania en 1933 y que Trump no es Hitler. No se trata de exagerar los paralelismos ni dramatizar. Pero no voy a dejar de mencionar que el precandidato demócrata Bernie Sanders se autodenomina socialista. Ni que Trump es un bárbaro y que el Partido Republicano con su pasividad elocuente ha demostrado a cuál odia más.

 

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