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“Timochenko” sin camuflado

María Elvira Bonilla
12 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

Supimos de él cuando, tras la muerte de Alfonso Cano en noviembre del 2011, con un fondo de selva tropical apareció de camuflado leyendo un discurso grandilocuente que delataba su cultura grecoquindiana.

Se trataba de Timoleón Jiménez, alias Timochenko, sucesor de Cano; un compañero de Manuel Marulanda en su éxodo a los llanos del Yarí, luego del bombardeo a la Uribe, el campamento madre de las Farc, por el gobierno de César Gaviria en la víspera de elección de los constituyentes del 91. No participó en los diálogos del Caguán, al igual que la mayoría de los negociadores en La Habana.

De Timochenko poco se supo después, sólo a través de unos escasos comunicados durante los cuatro años que lleva como jefe máximo de las Farc, actuando más como arquitecto a la distancia de los acuerdos de paz, que como un general de la guerra; con Cano, en medio de bombardeos, se habían iniciado conversaciones secretas que Timochenko defendió luego, a pesar de la muerte violenta de su iniciador.

En medio de una de las arremetidas militares, Timochenko le escribió al presidente Santos una carta que, en perspectiva, por su tono y contenido, resulta premonitoria de la que sería la característica principal del proceso que estaba por darse: una negociación de paz en que las víctimas, sus verdaderos dolientes, estarían finalmente en el centro de los acuerdos.

“Todos tenemos que morirnos, Santos, todos”, le dice. “De eso no va a escaparse nadie. Unos de un modo y otros de otro. Unos por una causa y otros por otra. Algunos escogen una muerte heroica, gloriosa, profundamente conmovedora. Otros prefieren morirse de viejos, de un infarto o diabetes, tras una larga enfermedad en una cama o endrogados en medio de un burdel. Es como la vida, unos prefieren pasarla haciendo dinero y engordando como cerdos, o practicándose cirugías para conservarse jóvenes, pisoteando a los demás y dándose ínfulas. Otros escogen caminos más nobles. Y son muy felices así. Es un asunto de conciencia. Pretender intimidarlos para que acepten vivir como los primeros es un error. Y todavía más grave es matarlos (…). Así no es, Santos”.

Hablaba un jefe guerrillero decidido a recorrer un camino distinto al de las balas y la violencia, anclado en unas convicciones que defendía por encima del discurso ideológico. Unas convicciones que, sin embargo, acabaron por desnaturalizar una guerra interminable y sin futuro, en la cual los humildes terminaron convertidos en las víctimas de los ataques de sus supuestos defensores.

Ese talante reapareció en la serena y relajada entrevista que Timoleón Jiménez le concedió a Lisandro Duque, el director del Canal Capital, emitida la semana pasada. Las imágenes con su contundencia muestran a un comandante guerrillero comprometido con el proceso de paz que toma decisiones como las de ordenar suspender los entrenamientos militares y los reclutamientos de milicianos en las ciudades. Un jefe con plena influencia en los acuerdos, incluido el de justicia, que ojalá no sucumba en medio de la guerra de vanidades desatada entre negociadores. Un comandante guerrillero que preferiría no tener que volver a vestir el camuflado.

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