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Traiciones baratas

Diana Castro Benetti
19 de octubre de 2015 - 02:09 a. m.

Hay quienes hacen de la traición su compañera. Mentiras van, mentiras vienen. Se despiertan enredados por los engaños.

Sueñan lo que no tienen. Desean lo que nunca obtendrán. Traicionan con la frialdad de la serpiente y asustan con el terror del tigre. La traición es animalidad y alevosía una bella palabra.

Vivimos con la traición a cuestas. La imaginamos y la recreamos. Siempre vecina, es este con el de más allá o aquella con otro. No hay cómo eludir las palabras heladas, los gestos equívocos, el alma acurrucada y hecha pedazos. Obvio que la traición quema porque arder es su condición. Con ella se juega, se coquetea, se desnudan las ganas y se encuentran los infelices. Es la imaginación que se nutre de los anhelos o de lo imposible.

Traicionar es pan de todos los días. Se traiciona la familia, la pareja, el propio corazón. Traicionar es el otro lado de una libertad que por amarrada, se desboca. No hay conciliación ni recato. Traicionar es la libre elección de quien se deja llevar por el juego de los deseos, de una ley que no tiene ley, es intentar saciar la insatisfacción personal.

Y gozar de la traición puede ser el cinismo pero quien no cae no vive. Su puesta en escena es un decorado kitsch en lo político o el eco helado en cualquier comisaría. Es argumento para la libertad y sangrantes heridas para el iluso. Corta, grita, se despeluca y mata. La traición hace doler. Sufre el traicionado y sufre el que traiciona.

Como si fuera la única apuesta de la sociedad, su combustible y su tragedia se funden con la rutina, los juzgados y los corredores. Llegada desde los tiempos primeros, sigue siendo personaje principal con sexo o sin él, con convicciones o sin credos. Traicionamos porque sí y por el placer, porque simplemente queremos desaparecer, esfumarnos y poder ser diferentes a lo que somos. La traición habla de cada uno, de cada cual, de todos en general. No hay santos ni intachables. La traición es más que unas ganas, es lo que mueve el espectáculo de un mundo que no acaba de merecerse su libertad, ésa libertad hecha de la belleza de encarnar la propia verdad.

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