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Tríos, declamadores y mermeleros

Armando Montenegro
20 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

En medio de los apagones, los toques de queda y los secuestros de la Lima de Fujimori, dos amigas se hacen amantes y con el tiempo hacen partícipe de su aventura al esposo de una de ellas.

También hay una orgía con prostitutas, un chantaje a un millonario y un periodista asesinado por orden de Montesinos. Estos son, en tono más bien light y divertido, los temas de la última novela de Vargas Llosa, Cinco esquinas.

Pero más que la trama, llama la atención un aspecto marginal de este libro: la evocación de trabajos y costumbres de la vida limeña de antaño; la vuelta a sus páginas de oficios, giros y vocablos olvidados. Uno de sus personajes, Juan Peineta, es un declamador retirado que se ganó la vida recitando poesía popular: una versión provinciana y anónima de figuras como Berta Singerman, quien hacía giras internacionales recitando en teatros y emisoras y grababa en discos de vinilo sus aplaudidas declamaciones. Los jóvenes de hoy no saben que decir poemas en voz alta, con cierta entonación y gestos afectados, era hace unas décadas una práctica común en colegios y universidades, una forma de actuación que se extendía a fiestas, serenatas y diversos actos públicos. La declamación más o menos improvisada en cenas y veladas distinguía a ciertas personas “cultas”, quienes así exhibían su formación y sensibilidad literarias. Se recitaban populares poemas de García Lorca, Bécquer, Neruda, Alberti y, entre los más educados, una que otra obra de la Edad de Oro española (con alguna frecuencia, sin embargo, los declamadores hacían el ridículo: lagrimeaban, forzaban sus voces, crispaban sus manos y congestionaban sus caras; tal vez por eso, hoy son tan escasos).

Uno de los personajes de Cinco esquinas todavía toma Mejoral (“Mejor mejora mejoral”), y una periodista es hija de un emoliente, un vendedor de una bebida popular con seguridad en trance de desaparecer en Lima y probablemente pariente lejana de algunos brebajes callejeros que sobreviven en varias ciudades de Colombia.

En el sur del país, hace unos cuantos años ya, se podía oír decir que una persona estaba “descuajeringada” (desarreglada o “desgualangada” en su vestir), como se expresa alguno de los personajes de la novela; que algunos se conchababan (confabulaban) contra un tercero; que un mendigo hacía pascanitas (descansos) durante una larga caminata; que un periodista perdía su chamba (trabajo), y que a un sujeto se le ponían los huevos de corbata (se asustaba) ante una amenaza (eso era lo que explicaba su nudo en la garganta). Es probable que la tan difundida expresión de los últimos meses en el país, la “mermelada”, para referirse a una forma de soborno político, y los “mermelados”, para designar a quienes la reciben, puedan estar relacionados con el “mermelero”, una palabra que entre nosotros terminó desapareciendo y que reaparece con frecuencia en boca de los personajes de Vargas Llosa, que la usan para nombrar a un periodista fletado con dinero a cambio de noticias favorables al sobornador.

Cinco esquinas, la última novela de Mario Vargas Llosa, puede ser una opción de lectura rápida y entretenida para una Semana Santa que puede anticipar el clima sicológico de los apagones y algunos paros y protestas previstos para abril (eso sí, nada que se parezca a lo ocurrido en Lima, Medellín o Bogotá en los años ochenta y noventa).

 

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