Trump, una marca hacia el poder

Mario Méndez
04 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

La pérdida de la individualidad y el proceso de anonimia que presenta la sociedad contemporánea llega a extremos incalculables.

Por primera vez percibimos un fenómeno como el del candidato ganador en los comicios presidenciales del 8 de noviembre en Estados Unidos. Antes de conocer las aspiraciones de este Midas de nuestro tiempo, la palabra Trump era asociable a un sello de los que imperan en diversos campos, como aquellas firmas japonesas que producen desde agujas hasta aviones y barcos de gran calado. En el caso de “The Donald”, se le percibe como un hechicero de los negocios que, así como aparece jugando en el concurso de Miss Universo, se le ve echando ladrillo y acero para construir emporios que llevan su nombre.

De modo que la elección de este personaje malacaroso y suelto de lengua, y fronterizo entre lo mágico y su astuta chabacanería, deja la sensación de no ser propiamente un presidente sino una marca que va calando como el nombre de un bebedizo embotellado o las cremas prodigiosas o las fábricas de sueños que capturan compradores entre esa masa informe que es la sociedad actual. Esta masa da para todo: para aplaudir a los hipertesticulados y llevarlos a los altares de lo trivial; para entronizar a los que se brincan lo formal y con su matonería consiguen adeptos entre quienes piensan que “ese sí tiene calzones” o “ese sí sabe para qué son las oportunidades”.

Pensábamos que con Bush júnior habíamos llegado al extremo del pintoresquismo instalado en la Casa Blanca. Pero no: faltaba esta chapa comercial descompuesta y altanera que insulta mujeres y que por poco se declara el ónfalo del mundo. Con este adefesio parece haberse desplazado hasta Washington ese mundo torvo de los mandatarios entre borrachos y payasos que se han conocido especialmente en Asia, África y América Latina. Esa réplica de lo graciosamente ridículo en la meca del poder mundial no hace más que empobrecer el ejercicio de la política, disciplina esencialmente destinada al trabajo por los ciudadanos.

Pero no se piense que estábamos embelesados por la figura de Hillary, a quien se le debe señalar de irresponsable al dar papaya desde la Secretaría de Estado y otras posiciones por las cuales pasó hasta posicionarse como potencial presidenta del primer poderío mundial. Si la esposa de Bill Clinton quería ser la primera mujer en llegar a la oficina Oval, era necesario que pisara con extremo cuidado por donde pasara. De no hacerlo, podía toparse, como precisamente se topó, con un personaje que algo pudo haber descubierto como para que soltara lo que soltó en los debates previos a la justa electoral.

¿Qué más tendremos que vivir en esta marcha de la humanidad? Mientras avanza la tecnología, el hombre se resiste a ponerse a la par en lo moral y, por el contrario, se minimiza en su condición, conviertiéndose en presa fácil de la manipulación altamente sofisticada que hoy se aplica en el escenario de lo público, sin contrapesos por falta de sentido crítico.

* Sociólogo Universidad Nacional.

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