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Trump y el sultán

Thomas L. Friedman
24 de julio de 2016 - 02:00 a. m.

Turquía está muy lejos de Cleveland, donde los republicanos llevaron a cabo su convención presidencial. Sin embargo, los exhortaría a que estudien el reciente y fallido golpe militar en contra del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Estados Unidos no es Turquía, pero en términos de personalidad y estrategia política, Erdogan y Trump fueron separados al nacer.

Además, el drama que se desarrolla en Turquía actualmente es la historia del grado hasta el cual un país antes exitoso puede perder el rumbo cuando un líder, que sataniza a todos sus rivales y maneja locas teorías de conspiración, llega a creer que él solo es El Hombre —el único que puede devolverle la grandeza a su país nuevamente— y se resguarda en el poder.

Empecemos con Erdogan, quien fue primer ministro de 2003 a 2013, pero incluso en esa época logró maniobrar hasta el papel de presidente, antes simbólico, y recibió todos los poderes clave mudados a ese puesto. Confieso que cuando me enteré por primera vez del intento golpista del 15 de julio, mi primer instinto fue consultar a esa gran experta en política exterior, Señorita Modales (Miss Manners), la columnista de etiqueta del diario Washington Post, porque me preguntaba: ¿Cuál es la respuesta correcta cuando ocurren cosas malas a personas malas? “Querida Señorita Modales: Me opongo instintivamente a golpes militares en contra de gobiernos elegidos por la vía democrática, como el de Turquía. Pero, ¿soy una mala persona si parte de mí sintiera que el presidente de Turquía se lo merecía?”.

Cualquiera que haya estado siguiendo de cerca a Turquía sabe que Erdogan ha estado montando su propio golpe silencioso, gota a gota, en contra de la democracia turca durante años —encarcelando reporteros, persiguiendo tenazmente a rivales con gigantescas cuentas fiscales, reviviendo una guerra interna en contra de kurdos turcos para atizar pasiones nacionalistas a fin de impulsar sus esfuerzos por hacerse de más poderes— y convirtiéndose en términos generales en un sultán vitalicio de los tiempos modernos.

Me alegra que el golpe fallara, particularmente como lo hizo; con muchos turcos seculares que efectivamente se opusieron al gobierno autocrático de Erdogan, y habían sido objeto de abuso por éste, saliendo, sin embargo, en contra de los conspiradores bajo el principio de que se debe sostener la democracia turca. Ese fue un acto en verdad impresionante de sabiduría colectiva y un despliegue de sensibilidades democráticas.

La madurez del pueblo turco resultó en que Erdogan obtuviera lo que los golfistas llaman un ‘mulligan’, o repetición, para demostrar que él está comprometido con los preceptos universales de la democracia. ¿Lo estará? ¿O regresará Erdogan justo a su medio preferido de mantenerse en el poder: dividir a los turcos en sus partidarios y enemigos del Estado, entretejiendo teorías de conspiración y usando el fallido golpe como licencia para una cacería de brujas no solo en busca de conspiradores, sino de cualquiera que haya osado cruzar su camino?

Las primeras señales son malas. Un día después del fallido golpe de Estado, Erdogan despidió a 2.745 jueces y fiscales. ¿Cómo supo exactamente a quién despedir en un día? ¿Tenía ya una lista de enemigos? Hasta la fecha, se ha informado que ha purgado a 1.500 directores universitarios, revocado las licencias de 21.000 maestros y purgado o detenido a casi 35.000 integrantes de las fuerzas militares, de seguridad y judiciales como parte de su “limpieza” de partidarios del golpe.

Esta es la verdadera tragedia: Erdogan fue un líder sobresaliente durante sus primeros cinco años y realmente levantó la economía del país y a su clase media. Pero, desde entonces se ha salido con la suya mostrando una conducta cada vez más mala, creando un cisma del tipo “nosotros vs ellos” entre sus leales seguidores, que son más religiosos, y las comunidades más seculares en Turquía. Debido a que sus seguidores consideran que su dignidad depende de que permanezca en el poder, él puede decir y hacer cualquier cosa y nunca pagar un precio político. Su base siempre se congregará ante sus silbidos de perro de “nosotros vs ellos”. Sin embargo, Turquía sufre a largo plazo.

¿Les suena familiar?

Trump depende de las mismas tácticas: fabrica hechos y cifras en una magnitud industrial. Emite con regularidad teorías de conspiración: la más reciente es que el “lenguaje corporal” del presidente Barack Obama sugiere que “algo le está pasando” al presidente, insinuando que Obama no está cómodo condenando los asesinatos de oficiales de policía por parte de hombres negros armados y que alberga simpatía hacia islamistas radicales.

Trump se apoya también en el vínculo de “nosotros vs. ellos” con sus seguidores para evitar castigo por cualquiera de su mala conducta.

Él, de igual forma, está obsesionado con su propia bravura, y utiliza Twitter para evitar a los tradicionales reporteros de los medios de comunicación a inyectar cualquier cosa que quiera al torrente sanguíneo de los medios de la nación. (Erdogan tan solo usa sus propios medios amigables).

Además, la mayoría de la gente que rodea a Trump es ya sea familiares o segundones en busca de un giro de su estrella, incluyendo su opción vicepresidencial y la persona que escribió el discurso de su esposa para la convención claramente plagiado en parte de Michelle Obama. Todo el asunto tiene un tufo de engaño.

Si Trump es elegido, no creo que se dé un golpe militar, pero les garantizo que la predicción de Jeb Bush terminará siendo cierta, en el sentido que él será un “presidente caótico” justamente como ha sido un candidato caótico. Los estadounidenses estarán en las calles con regularidad, pues no van a seguir —con respecto a cualquier tema de importancia— a un hombre que miente como respira, quien no se ha preparado ni en lo más mínimo para enfrentar el trabajo y quien genera respaldo a través de teorías de conspiración y haciendo que la gente le tema al futuro y se tema entre sí.

Si a usted le gusta lo que está ocurriendo en Turquía actualmente, le encantará el Estados Unidos de Trump.

* Columnista de The New York Times The New York Times 2016

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