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¿Un mes para acabar el terrorismo?

Arturo Guerrero
29 de julio de 2016 - 02:44 a. m.

Los estruendos terroristas del Estado Islámico y su contagio en mentes de asesinos solitarios y desesperados no son un desafío insuperable para Occidente ni son la Tercera Guerra Mundial.

A pesar de que así lo crean muchos, aterrorizados porque nada se podría hacer contra la irrupción de los suicidas.

Las matanzas imprevistas son más bien una prueba tremenda para la democracia y sus libertades. Las locuras, los métodos carniceros, las bombas amarradas al pecho, son dos cosas: un alarido contra injusticias coloniales y una querella contra los ideales del liberalismo filosófico.

Acerca de lo primero se ha hablado mucho: la partición con regla y escuadra de los países africanos sin importar las culturas cercenadas, la insolencia de los dueños europeos del mundo, el asco de los imperios, la ciudadanía de tercera que se les da arriba del Mediterráneo a los descendientes del Magreb.

Estas son llagas históricas, inmundicias que desde el siglo XIX fraguaron además entre los europeos una altanería de racismo, discriminación y ceguera. Los vientos sembrados antaño maduraron en tempestades de aeropuerto, discoteca, trenes y multitudes cercenadas.

Tal vez los responsables del viejo continente estén ahora recapacitando sobre estas posturas de sus antepasados. Tal vez la gente joven comprenda que las diferencias traídas por los inmigrados son riqueza y no peligro.

Pero los gobiernos han reaccionado con bombardeos asiáticos, expulsión de recién llegados, cierre de fronteras. Políticos de ultraderecha agitan la xenofobia y con ello consiguen adeptos.

En este punto aparece la confrontación con las excelencias de la democracia. Nadie mejor que el enaltecido periodista polaco Ryszard Kapuscinski la planteó en un texto sobre el integrismo, a propósito del colapso de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, cuando todo esto se exacerbó:

“La lucha contra el terrorismo podría ser resuelta de manera victoriosa en un mes, introduciendo, eso sí, las normas de implacable vigilancia que inventó el estalinismo y haciéndolo a rajatabla. Si Estados Unidos implantase la censura, el control de personas, los allanamientos y registros arbitrarios de viviendas, los campos de concentración y otras medidas similares, el terrorismo desaparecería”.

Aquí estaría, pues, la fórmula. En realidad no la inventó Stalin quien apenas fue continuador aventajado de sátrapas predecesores. Kapuscinski habla, eso sí, de recetas que escaldaron su propia piel y la de media humanidad en el XX.

Luego de enumerar las hipotéticas medidas aplicables en el mes que derrotaría al terrorismo, suelta la pregunta trascendental: “pero, ¿cómo eliminarlo sin renunciar a los valores de la democracia?”.

Es que la humanidad no está en el tiempo oscurantista de las Cruzadas cuando nacieron hace 900 años las organizaciones terroristas del islam. El asunto ya no es de alfanjes contra espadas y cotas de mallas.

Sería insensato borrar en un mes adelantos espirituales que costaron un milenio.

arturoguerreror@gmail.com

 

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