Un pesebre institucional

Colombia es tierra de creatividad institucional.

El mismo país que aportó el original cohecho de uno, que ya quisieran otras democracias menos consolidadas, propuso por estos días navideños un guión de pesebre para reinterpretar la retoma del Palacio.

La lógica de pesebre le ha sido aplicada a uno de los momentos más bíblicos y fundacionales que tiene la historia reciente del conflicto colombiano. Así como los reyes magos llegan en tigre y el tigre no se come las gallinas; así como la laguna es un espejo y el niño Dios es más grande que el camello, así, con la misma reducción al absurdo, ahora se discute si los desaparecidos son prácticamente anteriores a la desaparición.

En palabras de Plazas Vega: ya no hay retoma. Nunca la hubo. En la lógica narrativa de pesebre que propone la justicia colombiana, con todo y sus tendencias a la curaduría de la realidad, el Estado fue declarado culpable ante la Corte Interamericana por la desaparición de unas personas que nadie sabe quién desapareció. A falta de una Yidis Medina que pueda cargar con el bulto, la responsabilidad completa recae en el M-19. Después de todo, de ahí emana el pecado original.

¿Que no hay relación entre un acto y el otro? ¿Que la violencia suicida de la guerrilla no justifica el desmadre del Ejército y sus encargados? Poco importa, en estas tierras de fantasía todo se vale. En su versión militar hasta alambres de púa le caben al guión decembrino del pesebre institucional. En este, concordancia y sentido están al servicio del vaivén coyuntural. Entre más nos acercamos a la paz menos verdadera es la verdad. Después de todo, la Virgen María concibió al Niño Dios y siguió siendo virgen.

¿Rezos? Bastará con recitar a Plinio Apuleyo: “Es hora de reparar las injusticias cometidas con el general Arias Cabrales, con el general Uscátegui, con Rito Alejo del Río y con el coronel Mejía Gutiérrez”. Amén.