Unasur: ¿para qué?

Armando Montenegro
21 de mayo de 2016 - 05:48 a. m.

UNASUR FUE, EN BUENA MEDIDA, una creación de Lula, Hugo Chávez y Néstor Kirchner. Sus pioneros manifestaban que querían impulsar la integración económica y social de sus miembros, así como la conformación de un bloque político regional con capacidad para asumir la vocería suramericana en los distintos foros internacionales. Se trataba de hacerles contrapeso a la OEA y otros organismos tradicionales de la diplomacia panamericana, todos con la presencia de EE. UU.

Un balance de las labores de Unasur mostrará que fue un instrumento nacido en la fase ascendente de la fugaz trayectoria de un grupo de gobiernos populistas que, por un tiempo, ayudó a solidificar los proyectos políticos de sus líderes y amplificar el protagonismo a sus posturas internacionales.

Las circunstancias que dieron lugar al lanzamiento de Unasur han cambiado diametralmente. Chávez y Kirchner están muertos y Lula da Silva lejos del poder. Las obras de todos ellos están en ruinas; sus partidarios son señalados de la más rampante corrupción; sus países padecen gravísimos problemas económicos y sociales, y, lo peor, la población de Venezuela, empobrecida y reprimida por un régimen arbitrario y despótico, está al borde de una verdadera explosión humanitaria.

Unasur demostró que servía mucho más a los personajes que la crearon que a los intereses de los pueblos de América Latina. Cuando los mandatarios de Venezuela, Brasil o Argentina protagonizaron escándalos de corrupción o atropellaron la democracia y las minorías, esta entidad mantuvo un elocuente silencio o, incluso, sin ninguna vergüenza, defendió a gobiernos represivos.

Basta recordar que el secretario de Unasur, contra toda evidencia, proclamó no hace mucho que Venezuela estaba en buenas manos; se puso del lado del régimen de Maduro cuando sus agentes atropellaron brutalmente a miles de colombianos, y hace poco defendió a la indefendible Dilma Rousseff en contra de las mayorías parlamentarias de Brasilia.

La causa de la democracia y los derechos humanos en Venezuela ha sido una tarea que, por fin, ha emprendido la OEA, de la mano de su secretario general, Luis Almagro, excanciller del gobierno de Mujica, un personaje de la izquierda democrática de América Latina. Y muy posiblemente, ante el creciente e imparable caos económico y social, sobre este organismo recaerá buena parte de la responsabilidad de liderar la defensa de las instituciones frente a los propósitos totalitarios de Maduro y, más adelante, apoyar a los líderes venezolanos en la reconstrucción de su democracia después de que acabe de colapsar el régimen bolivariano.

Aunque alguna forma de una entidad como Unasur tiene, sin duda, una justificación política y económica, su esquema actual está construido a imagen y semejanza de un proyecto político fracasado. En las presentes circunstancias, su supervivencia podría asemejarse al dolor que sienten algunas personas en un miembro que fue amputado.

En unos meses, cuando se consolide el gobierno de Temer, junto con el de Macri, el nuevo presidente de Perú y los demás de América del Sur, después de hacer un balance realista de los graves errores cometidos, se deberá emprender la reingeniería de Unasur para orientar esta entidad hacia una verdadera integración regional y la defensa de la democracia y los derechos humanos en los distintos foros internacionales.

 

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