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Violencia y menores en Medellín

Aldo Civico
23 de febrero de 2016 - 08:24 p. m.

Sacar a los jóvenes de la violencia urbana y ofrecerles alternativas concretas y reales es el gran reto que enfrentan las ciudades, en las que la violencia sigue reciclándose. Es el tema que hoy debate el Concejo de Medellín.

Medellín puede convertirse en un modelo para enfrentar de manera innovadora y resolutiva este problema, porque en la capital antioqueña el desafío es grande, pero también porque hoy hay en la ciudad un liderazgo que quiere transformar y que se la está jugando toda.

Las cifras son espantosas. En la capital antioqueña siguen vigentes más de 300 combos armados, a los cuales están vinculados 5.400 menores: esto es un ejército, una bomba de tiempo. A esto hay que agregar que cada día hay más evidencia del control territorial ejercido por el crimen organizado, como lo demuestran las recientes amenazas al alcalde Federico Gutiérrez (que han generado mucha preocupación también en el exterior) y los golpes de violencia en sectores como el Centro, Castilla y Robledo.

Es evidente que la represión no es la respuesta adecuada: al proyecto de vida que les ofrece el poder mafioso hay que contraponerle la posibilidad de un proyecto de vida tentador y posible y que vaya más allá de una propuesta económica.

Han sido muchas las hipótesis de por qué un menor ingresa a un combo en Medellín, fenómeno que es diferente al reclutamiento que ocurre por parte de las guerrillas en lo rural. Hoy no solamente hay que hablar de factores económicos como causantes de esta situación, sino también de algo más complejo con lo cual Medellín ha tenido que lidiar por años: la cultura de la ilegalidad.

Como si el tiempo se hubiera detenido, muchos jóvenes siguen admirando a Escobar y emulando una cultura materialista donde ser exitosos significa tener poder, mujeres y dinero. “Tenía sentimiento de poder, me sentía un hombre con control”, me contó M, que hoy tiene 20 años y estudia derecho en la universidad, pero que pasó gran parte de su adolescencia en un combo, del cual se convirtió en líder. M tuvo un cambio de vida profundo, por la muerte de su mejor amigo, por el arrepentimiento y porque, gracias a un grupo de grafiteros, descubrió que podía hacer algo diferente.

Los combos también se convierten en una familia para los jóvenes, crean lazos de afecto y a pesar de que estos jóvenes son usados todo el tiempo, allí encuentran lo que la escuela, la sociedad e incluso sus propias familias les han negado. Desean hacer parte de algo, vivir experiencias y conocer otros mundos: el combo les ofrece esto y además la posibilidad de ganarse entre $200.000 y $300.000 mensuales. Es una propuesta tentadora para quienes no han contado con espacios y no han tenido nada en sus vidas.

Hoy más que nunca, cuando se escuchan voces de militarización de territorios conflictivos en Medellín, necesitamos pensar de manera integral en el rescate de estos jóvenes e integrarlos a la sociedad. Ahora es la hora de lograr que los jóvenes encuentren en Medellín un lugar para hacer realidad su proyecto de vida. La mano dura hay que utilizarla con los responsables de su reclutamiento.

 

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