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Volver a ser niños

Arturo Guerrero
09 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

Se le atribuye a Picasso este golpe de gracia: “cuando sea grande quiero ser niño”.

Está encerrado en otra reflexión sobre sus aprendizajes artísticos. Le tomó varios años aprender a pintar como los maestros del Renacimiento. En cambio –reconoció-, “pintar como los niños me costó toda la vida”.

En la soberbia biblioteca bogotana de El Tintal -antigua instalación para procesar basura-, están exhibidos varios cuadros de formato medio, ejecutados por niños. De día los visitantes los miran y recuerdan su infancia. Les parecen obras fáciles.

Hay que verlos de noche y desde cierta perspectiva. A la salida de la larga sala de lectura, antes de bajar a la izquierda la escalera curva diseñada por el arquitecto Daniel Bermúdez, conviene asomarse y echar ojo hacia abajo.

En el primer piso aparecen los cuadros infantes teñidos por una luz redonda venida del cielo. Entonces se revela Picasso. Colores, caprichos, fuegos, enormes cabezas alcanzan estatura inmortal.

Es cuestión, claro, de punto de vista, iluminación, ensoñación originada por la altura del espectador que se ha vuelto dios. A esos niños también les ha costado toda su vida pintar como niños.

Charles Lamb, poeta londinense de entre XVIII y XIX, entrevió una humanidad a la que le sucediera lo que a Picasso con su arte. Para explicar su visión, seleccionó con pisca de sal a los miembros de una profesión que por lo general provoca escozor social.

Escribió: ¨los abogados, supongo, fueron niños alguna vez¨.

La daga, obviamente, está en el verbo ´supongo´. Quiso decir: si incluso de los abogados, que son espantosos, es posible afirmar que fueron niños, pues de cualquier persona también es dable pensar en cuando era niña.

El hecho es que volver a los siete, después de vivir un siglo, es tarea al alcance de cualquiera aunque cueste toda una vida. Así lo cantó Violeta Parra en su instante fecundo, a pesar de que su caso se refería más a un amor adolescente.

Y volver a ser niño es recuperar un tesoro, tal como lo sugieren tanto Picasso como Lamb como Violeta.

¿Qué tal proponer un regreso a la infancia para los 47 millones de colombianos, en el actual trance que oscila entre la desconfianza y la esperanza de paz?

Se podría suponer con Lamb que guerrilleros, expresidentes, procuradores, paramilitares y militares alguna vez fueron niños.

Con Picasso se pensaría que los actores del conflicto han vivido vidas largas, como para que al cabo de canas y barriga prominente lleguen otra vez a la sabiduría de ser niños.

Las víctimas, desplazados, aserrados, mochados, secuestrados, despertarían un día con Violeta Parra, tan frágiles como un segundo, con la conciencia de que ¨al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero¨.

Colombia, ya grande, quiere ser niña. Aprender a ser inocente, cobrar la perspectiva desde donde las obras se iluminan con focos de redención. Y poco a poco practicar el proverbio chino que dice ¨jugar es acercarse a la eternidad¨.

arturoguerreror@gmail.com

 

 

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