¿Y del sombrero qué?

Enrique Aparicio
21 de agosto de 2016 - 02:37 a. m.

Todo comenzó con una visita al doctor de familia que me conoce hace más de 20 años. Pedí cita y le expliqué que veía unas manchitas en mi cara -reconozco cierto ataque de vanidad-.

El caso es que después de observar la piel, que duró 35 segundos, me dijo que no era nada y que no había necesidad de ir a ningún especialista por esas manchitas, eran “camuflaje” de la edad. Me dio un ataque de rabia que, después que pensar que podría ser algo serio producto de no protegerme bien del sol, me saliera con este cuento. Me explico:

En Holanda el sistema obliga a tener un médico de familia, quien se encarga de filtrar cualquier problema antes de autorizar una visita al especialista respectivo. En el fondo se trata de evitar que si tiene dolor de cabeza, por ejemplo, evitar que decida contactar a un neurólogo a no ser que verdaderamente lo amerite y no se trate de un simple guayabo. Ese es el papel del médico familiar.

Se me olvidó el asunto y las circunstancias me llevaron a Panamá con mi amante que había oído mi cuento del camuflaje, tema algo muy sensible en ese momento.  Obvio, en mi mente pasaban panoramas negativos como “ahora voy a tener cáncer en la piel porque el tipo este me dijo que era camuflaje y se equivocó”.

Estuvimos caminando por el Casco antiguo de Panamá, visitando y tomando nota de sus calles e iglesias, metiéndonos en pequeños restaurantes como uno donde el dueño, un gringo joven, me vendió un aceite preparado con coco que servía según él para todo: para los dolores musculares, manchas en la cara -ojo- y por si fuera poco además para regarlo en una ensalada. La misma mano de Dios en aceite.

La verdad es que soy el cliente perfecto para comprar este tipo de productos.  Mi amante me miró, como diciendo “¿No te estás creyendo el cuento, verdad?”. Dos frascos por favor y de los grandes, fue toda mi respuesta.

Seguimos paseando y un vendedor de sombreros ambulantes se atravesó en nuestro camino.  Inmediatamente mi compañera comenzó a negociar.  El señor hablaba que eran los sombreros tipo Panamá, que no pierden su forma ni aun guardándolos estrujados, que el tejido de la paja es el mejor en toda la región y el resto.  Resumen: cuando menos me di cuenta estaba pagando por el sombrero.  No se hizo esperar el primer piropo: “te luce, estás divino”, seguramente ella con la idea de evitar más manchitas y que la piel se me volviera como la de un leopardo.

Nuestro recorrido de trabajo continuó y yo con sombrero y cara de niño regañado, hasta que llegamos a un restaurante de comida típica panameña que nos habían recomendado. Antes de entrar mi compañera me dijo que si pudiera me comería a besos y que por favor no me quitara el sombrero durante el almuerzo.

Escogimos una mesa en un rincón cómodo. Me interesó todo aquello, que me comería a besos tal y pascual; por eso quise seguir con el tema en un sitio discreto. Cuando nos sentamos, me excusé y de inmediato me fui al baño a mirarme en el espejo.  Mi ego me dijo: “estás hecho un churro”.  Como  soy refractario a medias de ciertas alabanzas, me dije “Churro, pero no tanto”, pero ya estaba resbalando a las entrañas del mundo de la vanidad.

El almuerzo se alargó, incluyendo licores típicos del país y vino.  Varias veces oí: “estás divino”, y empecé a sentir que era verdad.  Al concluir con la abundancia de platos con sabor a recuerdo colombiano nos dirigimos al hotel.

El caso es que al caer de la tarde tropical, cuando el sol estaba para despedirse hundiéndose en el mar, el poeta en mí estaba saliendo a relucir.  Pero lo más importante es que el ser animal que llevo por dentro empezó a buscar salida.  Con pensamiento de conquistador sensual, tropical y sudoroso, entramos al cuarto.  No pregunté nada, solo me fui desvistiendo poco a poco hasta quedar íngrimo con mis pensamientos mientras miraba a mi amante con gran intensidad.   Me tendí preparado para cualquier situación salvaje, inolvidable.  De pronto me miró de manera inquisitiva, como dirían en las novelas, y me preguntó “¿Y del sombrero qué?”  A partir de esa tarde -noche inolvidable-,  los días siguientes dormí sin nada diferente a un sombrero.

You Tube muestra algo del casco antiguo y la ciudad vieja.  Solo aclaro que todo el material fotográfico y los videos de las notas  son producto de nuestro trabajo, el de mi compañera y mío y salvo algunos casos muy limitados utilizamos la web.   La búsqueda de la música implica también un trabajo dispendioso pero es un complemento básico.

You Tube https://youtu.be/y9m7aN3N1E0

Que tenga un domingo amable.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar