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Y la pobreza ahí

Saúl Franco
21 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

No son buenas las noticias sobre pobreza, indigencia e inequidad en América Latina.

Ya los registros oficiales – Comisión Económica para América Latina, Cepal, y Organización para la Cooperación y el Desarrollo, Ocde, - empiezan a reflejar lo que muchos estudiosos de la región venían advirtiendo. Después de una década de moderada disminución de la pobreza, desde 2012 se observa “un estancamiento” en la tendencia y las agencias internacionales reconocen que “La pobreza persiste como un fenómeno estructural que caracteriza a la sociedad latinoamericana” (Panorama social de América Latina, Cepal, 2014, página 11).

Por su parte en sus publicaciones más recientes, la Ocde advierte que la inequidad en América Latina es superior en un 60% a la de los países que hacen parte de ella, que México es el país más inequitativo entre sus miembros, que el 10% de la población más rica ya concentra hasta el 50% de los ingresos nacionales, que la inequidad no es sólo en el ingreso económico sino también en el acceso a la tierra y a bienes públicos esenciales como la educación, la salud y la seguridad social, y que la peor parte la llevan las mujeres, los niños, los ancianos y algunos grupos étnicos.

El mapa regional es muy sombrío. En el 2013 había en la región 165 millones de personas que vivían por debajo de la línea de pobreza y 69 millones en condiciones de indigencia. El porcentaje de población en situación de pobreza estaba al límite de las expectativas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, mientras la miseria seguía imbatible. Se esperaba que ésta sólo llegara al 9% de la población, pero las cifras reales todavía indicaban 12%. Y si bien Colombia tenía para 2013 porcentajes muy altos de pobreza (30.7%) y altos de indigencia (9.1%), su tendencia se mantenía al descenso, en contraste, por ejemplo, con Venezuela en donde entre 2012 y 2013 los porcentajes de pobreza pasaron de 25.4% a 32.1%, y los de indigencia de 7.1% a 9.8%.

Tanta distancia y camino/ tan diferentes banderas/y la pobreza es la misma/ los mismos hombres esperan, dice la conocida canción de Daniel Viglietti. Es la misma pobreza, cierto, pero ya vemos que ahora tiende a ser peor. Y es la misma, pero no igual para todos. Ya se dijo quiénes llevan la peor parte. Las mujeres entre ellos. A nivel latinoamericano, en el grupo de adultos de 25 a 49 años, la pobreza es 1.2 veces mayor en mujeres que en hombres. El diferencial urbano/rural es aún peor que el de género. El caso colombiano es indicativo al respecto: la pobreza rural es hoy 2.5 veces superior a la urbana, y dicha inequidad se viene incrementando en lo que va de este siglo.

Lo más preocupante es que la pobreza, medida por cualquiera de las formas en que hoy se hace, implica siempre disminución de la calidad de la vida y negación o limitación de derechos básicos. Es decir: la pobreza no es sólo cuestión de carencias económicas, sino también de escasez de recursos vitales y de mayor riesgo de situaciones adversas como desnutrición, enfermedad e ignorancia.

El reconocimiento del carácter estructural de la pobreza en América Latina y, por tanto, en Colombia, puede llevar a cierto conformismo, a la aceptación pasiva de algo fatal. Desde esta posición, lo correcto sería entonces – y es lo que terminan recomendando los organismos internacionales – un tratamiento sintomático, un esfuerzo por hacer funcionar el modelo y atenuar sus peores consecuencias. Pero podría también estimular la búsqueda de cambios igualmente estructurales, es decir, de fondo, definitivos y de largo alcance. No tengo dudas de que esto es lo correcto y lo que deberíamos hacer. Máxime si de verdad queremos una sociedad en paz.

El autor es médico social.

 

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