Oportunidad de oro para el Eln

Luis I. Sandoval M.
03 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Mi dilecto amigo Lucho Celis, conocido en todos los círculos sociales, académicos y políticos partidarios de la paz, escribió hace poco un libro, muy completo y bien pergeñado, sobre los diálogos Gobierno-Eln (1982-2019), y lo tituló Una paz sin dolientes (NC Producciones, abril de 2019).

Pues a raíz del 21N y días subsiguientes, ya van 10 cuando hago esta nota, ningún Lucho, nadie puede decir que la paz no tiene dolientes en Macondo. Los tiene en tan gran medida que brotan en alegre algarabía por todas partes: en casas, calles y plazas, en campos y ciudades, en la diáspora interna y en la externa… literalmente en todas partes hay miles, millones de dolientes, amantes, defensores lúcidos y entusiastas de la paz política, mediante diálogos y acuerdos, la que nace cuando se toma la elemental decisión de ser razonables, como dijo Borges en alguna ocasión.

Pero no es de literatura y bellas letras de lo que quiero hablar ahora brevemente, es de duras y tozudas realidades: la guerra de autodestrucción que aún, a pesar del histórico acuerdo logrado hace tres años, sigue afligiendo a la nación colombiana a 200 años de su independencia de la metrópoli española, 200 años de orden y violencia, 200 años de esplendor e ignominia, 200 años de una nación a pesar de sí misma como con agudeza lo señaló el colombianista norteamericano David Bushnell (2009).

Nadie puede ignorar a la Colombia profunda que se ha hecho patente en la última semana de noviembre. Ni el Gobierno que ganó las elecciones, es cierto, pero que tiene que gobernar para todos los colombianos, ni el Eln que lleva más de 50 años en armas proclamando que lo que importa es la sociedad, su suerte, sus derechos, su dignidad, su protagonismo. A unos y otros la gente les está diciendo, no de cualquier manera sino con el rugido del constituyente primario (H. Peña): queremos otro rumbo, queremos otro ethos, queremos vivir, buen vivir y convivir.

Oportunidad de oro para el Eln. Cuando hay un auge de sociedad tan protuberante y nítido, una ebullición del magma popular en plan de configurar nuevos continentes, la guerrilla camilista que dice deberse a la gente, al pueblo, a la sociedad, no puede seguir en contravía de esa gente que de mil maneras rechaza la violencia, toda violencia, y se aferra a la esperanza de que otra democracia es posible, de que es posible transitar de relaciones depredadoras a relaciones estéticas en el transcurrir de la vida cotidiana.

El Eln tiene hoy la oportunidad, única y feliz, de acceder a lo que reiteradamente le ha planteado el movimiento Defendamos la Paz: un cese unilateral del fuego como gesto incontrovertible de paz que no podría ser ignorado por la contraparte bélica. No es cese solo de cara al Gobierno y su fuerza guerrera y guerrerista, es, ante todo, gesto de paz ante la sociedad movilizada que entre y a través de los 18 puntos que enarbola está demandando ¡paz completa, paz total, paz ya!

Un cese unilateral del fuego en este momento repotenciaría el accionar ciudadano, haría ineludible un acuerdo básico, social y político, que torne viable el país y les abra camino a los cambios más anhelados del pueblo colombiano, se entraría por el camino de una democracia de alta intensidad que solo beneficios podría traer a colombianos y colombianas de todas las orillas.

Es el momento del ramo de olivo. No del romanticismo, sino del amor eficaz que le apuesta al cambio de estructuras y en coherencia con el cual el padre Camilo Torres estaría hoy en las calles demandando por medios de lucha civil una paz transformadora.

@luisisandoval, lucho_sando@yahoo.es

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