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Opus Dei, secretos a voces

Cristina de la Torre
16 de agosto de 2008 - 07:34 a. m.

ALGUIEN HA DESLIZADO POR DEBAjo de mi puerta una misiva de fina caligrafía y firma ilegible para notificar que mi “alma diabólica” jamás sería “redimida” por el Opus Dei. Protesta su autor contra columna del 27 de julio en la que esta periodista señala la peligrosa aleación de monoteísmo militante y mesianismo político que el presidente Uribe quiere encarnar.

Por respeto al lector, paso por alto los insultos, amenazas y la cobardía del anónimo, pues cabe registrar este incidente como una gota más en el mar de intolerancia que inunda al país, que más de uno quisiera ver convertido abiertamente en dictadura.

Gracias por no convidarme al Opus Dei. Nada tan ajeno a la democracia como el delirio de poder de esta sociedad secreta moldeada al calor del franquismo y que hoy medra como avanzada de la contrarreforma conservadora de la Iglesia y baluarte de gobiernos de derecha. Salvo figuras como la del ex ministro Octavio Arizmendi, cuya memoria honra a Colombia, poco se sabe de los miembros de la organización en el país. Más se colegirá de lo que esta cofradía representa en Occidente que de su dinámica local, ocultada con celo en la clandestinidad.

En tiempos de Juan XXIII y su opción social por los pobres, andaba el Opus Dei de capa caída. Casi se perdía en el olvido el alineamiento del joven Escrivá, fundador de la orden, con el Pío XII que vio en Hitler un muro de contención “providencial” contra el comunismo, y con Francisco Franco por la misma razón. Alianza memorable gracias a la cual el Opus Dei llegó a tener 12 de los 19 miembros en el gabinete del falangista.

Con el arribo de Juan Pablo II a la silla papal, retoma el Opus Dei su ascenso meteórico. Razones políticas y financieras sellaron el matrimonio del nuevo pontífice con Escrivá de Balaguer. Al financiamiento del sindicato polaco Solidaridad (animado por Wojtyla a horadar la cortina de hierro y acceder por este camino al papado), se sumó la natural identificación de los dos en la divisa anticomunista, cuando hasta en el liberalismo y en el Evangelio veían ellos comunismo. Compartieron también la cruzada que desde entonces y hasta hoy se ha desplegado por restaurar la tradición y acorralar a la tendencia modernizadora de la Iglesia.

La precipitada canonización de Escrivá apenas rubrica el poder hegemónico con que el Vaticano le pagó sus favores al Opus Dei. Poder desafiante que al santo en ciernes le permitió en 1974 invitar a los estudiantes de la Universidad Católica de Chile a apoyar al dictador. No bien se mencionó la sangre derramada, dijo sin vacilar que “aquella sangre (era) necesaria” en la noble cruzada contra el comunismo totalitario.

El Opus Dei actúa como ejército secreto del Papa, como secta que medra donde está el poder, pues estima que es en la política donde se juega la evangelización. Hans Urs Von Balthasar, teólogo amado de Juan Pablo y coautor de libros con el entonces cardenal Ratzinger, hoy Benedicto, declara que el Opus Dei “es la más fuerte concentración integrista de la Iglesia (para) asegurar (su) poder político y social por todos los medios, visibles y ocultos, públicos y secretos”.

Muchos definen esta sociedad como un grupo de presión signado por el secreto, que cultiva una extensa red de influencias políticas al servicio de los intereses más conservadores. ¿Cómo no sospechar que tal espíritu se proyecte hasta nosotros al incursionar, como incursiona, en los círculos del poder? ¿Cómo no registrar el gesto insólito de un presidente del Consejo de Estado, amigo del Gobierno, que mandó reemplazar en el recinto de la Corporación el retrato de Santander por un crucifijo? Difícil creer que el Opus Dei pueda redimir a nadie. Ciego estaría quien tomara por paraíso a una organización ya consagrada como la “mafia blanca”.

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