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Oración patria

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
23 de septiembre de 2020 - 06:21 p. m.

De manera general, la violencia policial no tiene nada de nuevo, como lo muestra Amnistía Internacional. A lo largo del siglo XX y en lo que va de éste, hemos visto en diferentes contextos a policías golpeando, humillando y matando civiles aturdidos por el miedo y los insultos. El grado de violencia de los recientes hechos sucedidos en Bogotá tiene que preocuparnos. Las heridas que están quedando son evidentes y la adrenalina de unos y otros se está desbordando. Se trata de uno de esos escenarios donde cualquier cosa puede pasar y, una vez que pasa, es muy tarde para arrepentirse. Duele ver ese nivel de agresividad y de impotencia, duele ver cómo las cosas se han salido de las manos, y cómo la razón se está desvaneciendo.

Las consecuencias son de diverso orden. A corto plazo, los policías serán sancionados y la familia de Javier Ordoñez llevará por siempre el dolor causado por su asesinato; a mediano y largo plazo, muchas personas sentirán una rabia profunda contra ciertas instituciones, una rabia que puede producir un inmenso odio, un odio que será difícil quitarse de encima y que, como ya está sucediendo, es y será la semilla de nuevas violencias, de heridos, de más muertes. La pregunta no es tanto cómo sucedió ese hecho dizque “puntual”, sino cómo se ha llegado hasta aquí y qué estamos dispuestos a hacer para que las cosas cambien realmente; para que cesen los abusos, las violaciones, las agresiones y los asesinatos por parte de algunos miembros de las fuerzas militares.

Existen al menos dos factores que podrían ayudarnos a entender lo que sucede en nuestro contexto:

Por una parte, se trata de un problema vocacional cuya única razón para estar ahí es la seguridad de tener un trabajo fijo. En muchos casos, ser policía o militar es el descarte de muchos jóvenes, los cuales, al no saber qué hacer con su vida, ven en las fuerzas militares una posibilidad real de construir un futuro. El trabajo parece prometedor: la paga está asegurada, existe la posibilidad de ascender y es posible vivir diferentes experiencias. Sobre el papel todo tiene sentido, máxime si los cupos en las universidades públicas son reducidos y las universidades privadas son muy difíciles (imposibles para la mayoría) de pagar.

Por otra parte, se trata de la calidad de nuestro sistema educativo y del sistema de formación para quienes cumplen una misión como militares o policías. Seguimos sumidos en una lógica donde la calidad educativa está centrada en la competencia y no en la cooperación, en donde la prioridad no es formar mejores seres humanos sino hombres “fuertes” y dispuestos a pasar por encima del otro a cualquier precio. Y es que en el caso de las estructuras castrenses, la educación está demasiado enfocada en la premisa “morir por defenderte” que dicta la oración patria, la cual sugiere de forma subrepticia “matar por defenderte”.

Algo está faltando en la preparación de esos jóvenes para cumplir la delicada tarea de proteger a los ciudadanos y de entender con claridad la responsabilidad que implica esta tarea. De ahí, se puede inferir que sigan pasando cosas tan absurdas como las mordidas en el tránsito, los escándalos de corrupción e ilegalidad, y el comportamiento de caballo desbocado de algunos policías y militares en el día a día. Lo peor de todo es que a lo anterior tenemos a veces que sumarle el comportamiento salido de tono de muchos “civiles” que no sólo niegan esa autoridad, sino que la desafían con frases como la consabida “usted no sabe quién soy yo”.

La violencia policial de la semana antepasada hace parte de la punta de ese iceberg que muestra los erráticos comportamientos de nuestra sociedad en todos los niveles y la conocida tendencia a responder a la violencia con más violencia (y, lo que es peor, no querer aceptarlo). El problema es que no se percibe un proyecto conjunto de país donde la educación sea una prioridad y exista una preocupación real por alcanzar un futuro sin violencia. ¿Qué pasó con la ley 1732 de 2014 en la cual se establece una cátedra de la paz? ¿En qué anda el Ministerio de Educación que desde Gina Parody tiró a la caneca un proceso de más de seis años de educación inclusiva y educación para la paz? ¿Se está realmente haciendo algo para mejorar la educación en Colombia?

No nos vuelvan a decir que este tipo de situaciones son excepcionales y acepten de una buena vez que algo viene fallando desde hace mucho tiempo. Gobernante de turno de izquierda y derecha: piensa en nosotros como sociedad y no sólo en el “torcido curso de tus apetitos” (Moirologhia, Álvaro Mutis).

@jfcarrillog

 

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